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Calderón y Obama

Julio Faesler

La reunión del presidente Felipe Calderón con el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, duró una hora y media. Fue el único encuentro bilateral que el futuro mandatario norteamericano tuvo con un jefe de Estado antes de la ceremonia de toma de posesión el próximo día 20. Este hecho que se insertó en medio del torbellino de preparativos pre-inaugurales, fue una consideración especial para México, y así quedó debidamente registrado en noticiarios televisivos mexicanos, norteamericanos y europeos.

Una descomunal crisis económica mundial está afectando a Estados Unidos y repercute en México. Tuvo su origen en el exagerado consumismo en que se basó el sistema de vida norteamericano y las prácticas financieras fraudulentas que cobijó. El rescate financiero que tendrá que pagar el contribuyente norteamericano ya es astronómico, mucho más de lo que se haya calculado.

Los despidos masivos que se precipitan allá son, proporcionalmente mayores que los que ya suceden en México. El desempleo en Estados Unidos alcanza 7.2%, superior al promedio de 6.5% de la OCDE, mientras en México llega a 4.8%. Nuestra tarea está en tratar por todos los medios de detener la caída e intentar crear puestos de trabajo más allá de la magra cifra de 140,000 que algunos pronostican para 2009 (la Concamin sólo espera 75,000), una mínima parte del millón que de nuevos trabajadores que cada año buscan ocupación productiva.

Íntimamente vinculada a lo anterior está la necesidad de alguna fórmula que atienda el problema de la emigración mexicana que ahora, menos que nunca, hallará acomodo en los Estados Unidos. Ni Estados Unidos puede absorber más gente ni nosotros de podemos crear los puestos de trabajo que la retenga. Un acuerdo para regularizar la contratación de trabajadores temporales como el que tenemos con Canadá serviría para aliviar la presión aunque sólo atendiera una fracción del fenómeno. Es el momento de formalizar un primer arreglo análogo y que desde hace tiempo se ha previsto. Es éste el tema para el ajuste en el acuerdo paralelo del Tratado de Libre Comercio (TLCAN) en materia laboral que Calderón y Obama mencionaron el lunes pasado.

Al lado de lo anterior, es imperativo que el TLCAN se adapte mejor a nuestros intereses. Los problemas recurrentes para nuestros productos agrícolas, como por ejemplo cítricos y el azúcar, o la flagrante violación del Tratado en materia del acceso de autocamiones mexicanos al territorio norteamericano, demuestran que se necesita ajustar ciertos parámetros y reforzar la ejecución de compromisos.

La agenda de bilateral incluye una enérgica reducción del consumo de drogas en los Estados Unidos y del siniestro tráfico que realizan las mafias. Los Estados Unidos consideran que el narcotráfico es asunto de seguridad nacional. Nosotros concordamos en ello, pero además lo consideramos un ataque letal al tejido social que sustenta nuestra solidaridad nacional.

La reunión Obama-Calderón tocó los temas mencionados en un marco directa e inmediatamente bilateral. Así tenía que ser puesto que, como se ha señalado repetidamente, los Estados Unidos no tienen una política ni hacia México ni hacia América Latina. Supuestamente ese hueco nos ha perjudicado al no habernos hecho acreedores a programas de ayuda semejantes al, digamos, Plan Marshall. Lo cierto es, sin embargo, que desde principios del Siglo XIX, los Estados Unidos sí han tenido una clara política consistente en asegurarse de que en el área no se presente peligro alguno para el desarrollo de sus intereses económicos, políticos o estratégico-militares. El objetivo no sólo se ha logrado sino que América Latina ha apoyado políticamente, con soldados y materias primas estratégicas a guerras libradas por Estados Unidos. Los apoyos financieros, científicos o militares que América Latina ha recibido han respondido a coyunturas específicas en condiciones monitoreadas.

Debemos pues tener cuidado con el quejarnos de no ser objeto de políticas concretas diseñadas especialmente para nosotros. Entendidas así las cosas, América Latina se ha desarrollado en un peculiar aislamiento continental y los intereses básicos de Estados Unidos nunca han sido afectados por lo que sucede en nuestra región cuyo papel es de proveedor y consumidor de la economía norteamericana. El interés político norteamericano en América Latina se detiene ahí.

Inversamente a lo anterior, la acción política y los fuertes intereses económicos norteamericanos sí han invadido, a veces determinantemente, la vida de los países latinoamericanos. México en el Siglo XIX es el ejemplo más dramático. Países como Cuba, República Dominicana, Panamá, Nicaragua fueron afectados al ser vistos como elementos de peligro político.

Los capítulos históricos pasan. Ahora, en una nueva dimensión internacional, la vasta crisis financiera que ha estallado en los Estados Unidos, no el imperativo político, viene a afectar en diversos grados de intensidad el desarrollo de América Latina y del mundo. México, afortunadamente al no depender financieramente tanto de Estados Unidos está menos vinculado al desastre y nuestra marcha será más propia que nunca.

Calderón y Obama tienen serias intenciones de marcar nuevos rumbos para sus respectivos países. Saben que cualquier éxito que pueda emanar de su naciente relación no aparecerá sino donde haya puntos de contacto entre intereses definidos y exactos. Sólo ahí habrá cohesión y cooperación. Las crudas circunstancias en que se abre el nuevo capítulo subrayan las realidades de la política que siempre existió. Nosotros tenemos que seguir de frente.

Eenero 2009.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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