El vocablo "normalidad" indica "cualidad o condición de normal". "Normal" se dice de una cosa, de un ser racional y hasta de un animal. Constituye un estado mental, personal o colectivo, que por su naturaleza, forma o magnitud se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. No lo digo yo, ni lo invento: lo consulté en el Diccionario esencial de la Lengua Española del año 2006, editado por Espasa Calpe.
Existen múltiples ejemplos para el uso del término "normal" y de sus derivados. Uno de ellos significa que después de una alteración todo ha vuelto a la normalidad; pero en cualquier caso se usa otro término de la misma raíz: la normalización. Nadie dijo, que yo recuerde: "estamos normalizando la pandemia de salud pública que provocó la aparición del virus A H1N1 en México".
Pero lo cierto es que la pandemia tuvo como involuntaria consecuencia la normalización de otro estado mental del colectivo mexicano. Para entender cabalmente la idea, debo decir que las paranoias son "perturbaciones fijas de la mente sobre una idea o un orden de ideas". Esto lo supe en una mesa de amigos. Y es que la paranoia mexicana tiende siempre a ver moros en la costa, donde ni siquiera hay litorales. La paranoia es como nuestros políticos, más imaginativa que realista.
Hace menos de un mes fuimos alertados por las autoridades sanitarias sobre la existencia de un virus de cepa desconocida cuya clave científica resulta ya muy conocida; se le comparaba con la gripe española que diezmó a la población mexicana en 1918. Ipso facto, los comentaristas de la historia o lo contemporáneo nos clavamos en los libros. Inútil: ya habían acaecido epidemias, endemias y pandemias sobre la humanidad, pero los antiguos relatores solían describir las terribles consecuencias, no sus verdaderos orígenes y mucho menos sus remedios. Todo se achacaba al Altísimo, quien no tenía ninguna culpa; pero los curas responsabilizaban a los propios enfermos y hasta los fallecidos tenían sus culpas: los pecados, sabe usted.
Hubo, no obstante, una pista común digna de crédito: los máximos efectos de las pandemias siempre azotaban a los seres más débiles entre las más febles clases de la sociedad; obviamente las menos culturizadas, ya que carecían de conocimientos sobre la salud pública, eran analfabetas y poco entendían de satisfactores económicos. Padecían hambre de siglos y de generaciones; sus débiles organismos desconocían la higiene y vivían, si eso era vivir, abandonados por los Gobiernos de aquellas épocas.
Ligar esta última de las pandemias y las antiguas pestes no cuesta trabajo: aunque éstas nada son comparables con la recién acaecida en abril de 2009 y por ello pocos ciudadanos le otorgan crédito o importancia. Graves y mortales fueron las históricas infecciones colectivas del cólera morbus y los contagios subsiguientes que, gracias al avance de la ciencia, terminaron siendo simples gripes, algunas peligrosas por el descuido. Hubo tantas viruelas negras y locas que por esa causa murieron centenares de miles de seres humanos. Más atrás habían sucedido las siete plagas bíblicas y enseguida la humanidad sufrió largos períodos de hambruna llamadas "los tiempos de las vacas flacas" por la Biblia. En la Revolución Mexicana el pueblo sufrió los "tiempos de la necesidad", y junto a la Constitución de Coahuila advino la gripe española, terrible y mortífera. Comparado con aquello, algo sabría ya de pandemias y otras recurrencias y otras zangarrianas la ciencia mexicana del siglo XXI.
Pero, señoras y señores, sobreviven a todo morbo los políticos y partidos que no tienen remedio: "la influenza", sentencia el inefable AMLO, no existe y en caso de ser cierta sería menos grave que "la influencia política". La pandemia reciente es un invento del Gobierno de Calderón Hinojosa y del Partido Acción Nacional.
¡Pero señor mío!.. ¿Quién se lo cree a usted?.. ¿Por qué no cambia de disco rayado? O como dijo Juan Carlos de Borbón al presidente de Venezuela: ¿Por qué no te callas?..