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¿Cambio o morralla?

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

El presidente Felipe Calderón pide cambiar para cambiar al país, sin ni siquiera decir si él ya cambió... por lo demás, tampoco define su propuesta de cambio, siendo que no todo cambio supone mejora y sí, en cambio, el cambio -cuando es mucho y variado- termina siendo morralla: conjunto o mezcla de cosas inútiles y despreciables. Así define a la morralla el diccionario.

¿Por qué dudar del cambio propuesto, en vez cambiar? Por razones de forma, tono y fondo que, en su conjunto, configuran una contradicción salpicada de incongruencias. Sin señales concretas, rápidas y precisas, la propuesta se diluirá en tiempo menor al que tomó formularla.

De forma: la liturgia y el escenario antes, durante y después del mensaje presidencial no suponen un cambio, más bien añoran la más rancia tradición presidencialista y el afán desmesurado por la ovación gratuita.

De tono: el mensaje presidencial corresponde más al discurso de toma de posesión de un Gobierno, que a un informe hecho a la mitad del camino y en medio de una circunstancia particularmente difícil. De fondo: el diagnóstico del problema no empata con la propuesta de solución.

Medio sexenio se llevó el jefe del Ejecutivo desempeñándose como un mandarín animado por una corte leal, pero incapaz y, de pronto, sin una reflexión profunda, se declara siervo de la nación.

Si, en los próximos días, el presidente de la República no se compromete con su propio discurso y práctica política, la voz del cambio sonará al tintineo de la morralla.

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Los estrategas de la comunicación, la imagen y las relaciones públicas de la Presidencia le tendieron, sin querer, una emboscada al mandatario.

La idea de producir y transmitir pertinazmente una serie de spots carísimos -filmados en cine y no en video- contradice la austeridad reclamada por el Ejecutivo. Pero el costo es lo de menos, esos minimensajes exudan un triunfalismo contrastante con el maximensaje presidencial de la insuficiencia y la urgencia del cambio. Si tanto y tan bien se ha hecho, para qué rayos cambiar.

El impacto de los spots cortos es muy superior al del spot largo y, entonces, resulta incongruente que reiteradamente se diga que vamos muy bien y sólo una vez se hable de la necesidad del cambio.

En ese tenor y reconociendo la liturgia y la escenografía del poder como elementos importantes, el foro donde el mandatario pronunció su mensaje implica otra contradicción. Si se escogió el patio central del Palacio Nacional como foro, seguramente, se quería revestir de institucionalidad la ceremonia. Sin embargo, la escenografía sobrepuesta tapó al foro: sugería el debut estelar de un nuevo baladista, no la tribuna del político con ganas de transformarse en estadista.

Las descortesías con los invitados fueron groseras. Llegue temprano porque no hay lugares asignados, le dijeron a un senador. Confirme su asistencia con la subdirectora de aguas y alcantarillado de Conagua, le pidieron al rector de la Universidad Nacional. La invitación del día primero vale para el día 2 y no vamos a mandar otra, le advirtieron a un comisionado que osó preguntar al respecto. Con ese protocolo, por suerte no alquilaron camiones de redilas para el transporte de las celebridades.

Esto sin mencionar el descuido garrafal de invitar al "Tercer Informe de Gobierno" cuando ni siquiera se había instalado la sesión de Congreso General ni se había presentado a esa soberanía el documento. Tan simple como invitar al "Mensaje que con motivo del Tercer Informe de Gobierno" ofrecería el mandatario, pero no fue así. Es forma, pero, sobra decirlo, en política, forma y fondo cuentan.

¿Habrá cambio también en eso?

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Si el continente contradice el contenido, el mensaje no guarda lógica en su discurso.

El gozne entre el diagnóstico y la conclusión es de una debilidad inaudita. El diagnóstico reitera la máxima del sexenio: nos va mal porque vamos muy bien, pero nos podría ir peor. Luego, una frase engarza una parte con la otra: "lo logrado es claramente insuficiente". Y viene, entonces, el remate con el decálogo. Los cambios profundos, cuyo simple enunciado deja de lado su sentido y dirección.

El arrojo político elude sustantivar la propuesta, no fija la postura que resulta fundamental para entender qué es lo que se pretende. Reitera el qué, sin atreverse a decir cómo.

Si el diagnóstico evita llamar por su nombre la dimensión del problema, la conclusión evade fijar la agenda de prioridades y el ritmo de su atención.

Si la parte positiva de ello es privilegiar el diálogo y el acuerdo para fijar agenda, calendario y ritmo de las reformas, falta el anuncio de la decisión presidencial de abandonar el carril de las negociaciones en corto con las élites, de las bolas rápidas y de la imposición de proyectos vía "fast track".

El silencio presidencial al respecto no puede entenderse como el cambio en "el estilo personal" de gobernar. Faltan definiciones y decisiones.

En ese sentido, el mensaje no guarda lógica con el discurso. Si la magnitud de los cambios que propone el mandatario es de la talla que anuncia, no basta sólo enunciarlos. Es menester sustantivarlos porque, de pronto, algunos de ellos hacen pensar en cambios... pero regresivos. Dos ejemplos. ¿Qué significa discutir "qué modelo de organización policial requiere México"? ¿Qué significa "una nueva revisión a fondo de las reglas electorales"? ¿Es que la dirección del cambio da igual?

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Todo cambio, por lo demás, obliga a considerar el equipo destinado a realizarlo. La ineficiencia de una buena parte del Gabinete para nadie es un secreto. ¿Ahí también habrá cambio? ¿Se saldrá del esquema de la lealtad por encima de la capacidad?

Tan evidente es la urgencia por ajustar el Gabinete, que asombra que el mandatario la anuncie como una novedad. Mucho tiempo se ha perdido en ese punto, que a más de una dependencia la encabeza la incertidumbre. Si esos relevos se darán en el marco del rediseño de la Administración, es menester conocer la nueva arquitectura del Gobierno.

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Sin llamarla por su nombre, el presidente de la República pide una segunda oportunidad. Curiosamente, esa oportunidad no tiene por qué pedirla. Se la otorgará o se la negará él mismo. En la velocidad y la precisión de los pasos que dé está la respuesta.

Asiste la razón al mandatario cuando dice que "el tiempo y los recursos se nos agotan". También cuando reconoce que "las cosas no pueden seguir igual y no van a seguir igual". Ojalá, en breve, sustantive su propuesta. De otro modo, el cambio será morralla.

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