La guerra sucia desatada la semana pasada entre diversos personajes de nuestra vida pública, amerita ser objeto de comentario.
Erigido en conciencia de la nación, el contratista argentino Carlos Ahumada, famoso por su cercanía con el Gobierno prerredista de la Ciudad de México, lanza un libelo en contra de personajes de distintos partidos, entre los que destacan priistas de raleas tan diferentes como el ex presidente Salinas de Gortari o el gobernador del Estado de México Enrique Peña Nieto.
La publicación fue el detonador de las declaraciones que hace el ex presidente Miguel de la Madrid en torno a su sucesor, en una entrevista con Carmen Aristegui. Enseguida el ex líder petrolero Joaquín Hernández Galicia arremete contra Salinas, al tiempo en que aparece Carlos Madrazo con otro libro en el que lanza improperios al ex presidente Zedillo y a la profesora Elba Esther.
Lo anterior ocurre en el marco del proceso electoral para renovar la Cámara de Diputados al Congreso de la Unión, en el que los grupos políticos que pertenecieron al viejo PRI, a pesar de sus diferencias, algunas de ellas irreconciliables, aparecen unidos bajo el mismo logotipo electoral con la intención de obtener posiciones.
Lo que sigue de cara a las elecciones de 2012, ya lo vimos en 2006. A la hora de escoger candidato a la Presidencia sobreviene la ruptura y los inconformes entran en desbandada.
Lo anterior se explica porque el PRI ya no es un partido único, sino un conjunto de partidos regionales controlados en cada estado por el gobernador priista correspondiente.
Los gobernadores priistas son los primeros interesados en que no se restituya la llamada Presidencia Imperial, porque la alternancia les ha permitido operar los últimos nueve años como verdaderos autócratas, que al mantener sometidos a los poderes Legislativo y Judicial y al controlar los sistemas electorales locales, han recreado el viejo sistema al interior de sus Estados, corregido y aumentado.
Lo anterior implica el control de los medios de comunicación, la reducción a su mínima expresión de los espacios de la sociedad, y la desbandada de la Oposición.
Los gobernadores priistas han pervertido los frutos positivos de la alternancia, en virtud de la cual los Gobiernos de los Estados nunca habían gozado de tanto respeto a su autonomía ni recibido tantos recursos de la Federación. De cuando en cuando cierran filas con su líder Beatriz Paredes y hacen frente común en contra del Gobierno Federal para consolidar y acrecentar su poder. Una vez que logran sus objetivos se retraen a gozar de sus respectivos privilegios, en razón de lo cual la dirigencia nacional del PRI se desdibuja, hasta el punto de ser incapaz de participar en una propuesta institucional de la mano de los otros partidos, que contribuya a que el conjunto del Estado Mexicano se reconstruya para enfrentar el porvenir, sea cual fuere el partido que gobierne en el mañana.
En tal escenario, la búsqueda del bien común y el desarrollo de la sociedad quedan subordinados a los intereses particulares de los gobernadores; los recursos se desvían a la promoción de la imagen del sátrapa local en turno y las instituciones son utilizadas como estructuras burocráticas de control para fines electorales.
Otro tanto pasa con los líderes del sindicalismo asociado al viejo régimen. Igualmente apertrechados en sus respectivos cotos, concurren al lado de los gobernadores a la formación de bandos en torno de los aspirantes a la candidatura a la grande, al ritmo de las declaraciones de unidad de dientes hacia fuera y los golpes bajos.
Nuestra realidad nacional en la que mantenemos el vano empeño de crear una democracia sin demócratas, se parece en mucho a la relación de los antiguos señores feudales, reunidos a discreción para pactar con el rey privilegios territoriales.
Es el momento de que los diversos factores de poder que campean en este país se pongan de acuerdo, como única alternativa frente al caos social y la desintegración institucional. Si lo anterior no es de esperar que ocurra por efecto de una actitud ética, al menos debe ser el fruto de un elemental instinto de supervivencia.