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Chiquilladas

ADELA CELORIO

Cada vez que pido ayuda, Juan Pablo de nueve años que vive frente a mi casa, corre a sacarme el buey de la barranca: -si no te fijas en lo que haces me voy, es que no me obedeces y así no vas a aprender nunca, yo creo que tienes déficit de atención- me regaña el moconete, pero yo que siempre he sido respondona me defiendo -no me hables así porque me puedo traumatizar y ya traumatizada menos aprendo-.

El hermanito de Juan Pablo de sólo seis años cuando me mira cenar me amonesta: -¿qué no sabes que se debe desayunar como rey, comer como príncipe y cenar como un mendigo?-. ¡Dios! Cuántas cosas saben estos niños. Yo a su edad apenas sí sabía mi nombre completo. Pero claro, mientras a mí para el recreo me ponían una tortita de huevo revuelto, éstos sabelotodo son el producto bien acabado de una alimentación balanceada: el "lunch" escolar no debe contener azúcares ni grasas. Reciben estimulación temprana (cualquier cosa que eso signifique), educación preescolar, atención psicológica para que aprendan a expresar sentimientos, manejar emociones, reforzar la autoestima, y encauzar debidamente su vida sexual.

Además, toman clases extra-curriculares de: ¿qué prefiere el chiquito: tae kwon do, tenis, batería, ajedrez, o un poco de todo? A mí en cambio mi abuela me entretenía con el cuento de que "éste era un gato con los pies de trapo y los ojos al revés ¿quieres que te lo cuente otra vez?...".

-Me hice la vasectomía- comentó discretamente mi hijo durante una cenita familiar, y María de trece añitos y oreja de elefante dejó de hablar con sus primos para preguntar: -¿qué? ¿Te cortaron el pene? ¡No! Respondió su padre, pero la chiquilla volvió a la carga: ¿entonces te cortaron los testículos...? "Y éste era un gato con los pies de trapo y los ojos al revés, quieres que te lo cuente otra vez?".

A cuenta de la epidemia de influenza que tiene paralizada esta capital, muchos chiquillos disfrutan en Acapulco, Cuernavaca o Valle de Bravo, de unas vacaciones inesperadas. ¿A qué vienen pues tantos festejos por el Día del Niño si ahora todos los días son días del niño?

Yo tramité mi infancia cocinando pasteles de lodito y en cuanto alcancé a correr el pasador del portón, salí a la calle a jugar con mis vecinos: "encantados", "una dos tres por mí" patines, bici. Nunca tuve un casco que me protegiera la cabeza, y las costras en mis codos y rodillas sólo desaparecieron con la adolescencia.

Como canica en bacinica viajaba yo en la parte de atrás del auto de papá sin cinturones de seguridad. Los post modernos en cambio, se transportan atados y bien abastecidos de agua y alimentos porque nunca se sabe cuánto durará el trayecto, o si se quedarán atorados en alguna manifestación.

Mientras yo hacía las tareas sobre la mesa de la cocina y consultaba la enciclopedia o el diccionario para resolver mis dudas, los post modernos cuentan con computadora personal y contactan en Internet un programa que se llama "El Rincón del Vago", donde encuentran las tareas ya hechas y sólo tienen que imprimirlas. "Y éste era un gato con los pies de trapo y los ojos al revés ¿quieres que te lo cuente otra vez?...".

Y ahora pasando a otra cosa, la crítica situación en que nos ha colocado la epidemia que estamos padeciendo plantea una vez más la urgencia de descentralizar esta enorme y congestionada urbe, que por su gigantismo, es letalmente vulnerable a todo tipo de contingencias. Una concentración de veinte millones de habitantes, además de atentar contra la calidad de la vida y la salud mental, es un verdadero desastre artificial. Y no me lo van a creer, pero seguimos creciendo.

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