¿Tú estás judía?- No, yo estoy católica y además soy hija de María -le respondí a la señora que con el tiempo y contra toda su voluntad, sería mi suegra. Emigrada de Lituania llegó a México a los diecisiete años y al mes siguiente casó con emigrado polaco que compartía con ella identidad.
¿Se enamoró tan pronto señora? -le pregunté- "Hombre bueno que mucho trabaja" -me respondió. La joven pareja unió sus fuerzas para hacer la vida en un país del que desconocían todo, incluso el idioma que a través de los años ninguno de los dos consiguió aprender. Procrearon tres hijos: dos Gorgonas y el Querubín, quien después de muchos años de soltería y con la total desaprobación de las Gorgonas, se casaría conmigo. "Lo que mis padres han trabajado no lo vas a heredar tú" me advirtieron.
¡Jesús!, y yo que no había pensado en eso empecé a hacer mis cuentas. Ante el matrimonio consumado, la madre de mi Querubín se ablandó: "Ahora también tú eres hijo" -me aceptó- dándome así la oportunidad de descubrir en ella a una mujer fuerte: "Todos al suelo", exigieron los delincuentes que una tarde entraron en su negocio metralleta en mano. "¡Yo suelo no! Aquí caja, aquí dinero que tú quieres, pero suelo no" -respondió la señora de ochenta años mientras a sus empleados les faltó tiempo para tirarse bajo los mostradores.
Así era mi suegra, más calzonuda que muchos hombres que conozco; pero era también una generosa cocinera que con el mantel blanquísimo y la cena lista, esperaba a su familia todos los viernes para celebrar con ellos "Shabath", que es en el judaísmo el día consagrado a Dios y a la familia, y es también, con la bendición del pan, el vino y la comunión, remoto antecedente de la misa dominical.
Mucho he aprendido desde entonces de la laboriosidad, del inquebrantable amor por la familia, la fe absoluta en el estudio y la fortaleza de la ancestralmente amenazada identidad judía.
¿Por qué hablo hoy de todo esto? Pues porque nos encontramos en medio de las dos mayores festividades judías: "Rosh Hashaná" con que terminó el año 5769 y comenzó el 5770, y que celebramos vestidos de nuevo rezando y cantando en la Sinagoga en acción de gracias; para después cenar en familia con abundancia de dulces y pasteles que a ellos los alegran tanto como a los católicos nos alegra el vino. La costumbre en estas fiestas es intercambiar obsequios, especialmente miel y manzanas que simbolizan el deseo de que el año que comienza sea dulce y abundante.
El próximo domingo, se celebrará el solemnísimo "Día del Perdón" o "Yom Kipur", en el que -excepto los niños y los ancianos- nadie prueba alimento alguno y durante veinticuatro horas sólo meditan, rezan, y pasan el alma en limpio. Yo no sé si terminan purificados o no, pero al final de la jornada, a pesar de lucir ojerosos y macilentos por el largo ayuno, parecen contentos y aligerados.
Pasadas las festividades judías nos dispondremos a esperar la Navidad que con toda su carga de rituales y compromisos; el Querubín compartirá conmigo, porque los dos estamos convencidos de que Dios es sólo UNO, y le es indiferente la forma y el lugar en que lo invocamos, al fin y al cabo todas las religiones tienen la intención de recordarnos que no sólo de pan vive el hombre" y que el alma necesita refrescarse en su fuente original.
¿Cuántos en tu fiesta de Navidad? -me preguntó mi suegra hace algunos años. Seremos treinta -le dije- y generosa repostera, me llamó por teléfono: "Hice pastel para treinta en tu fiesta, tú vienes a recoger".
El Querubín y yo fuimos a recoger el espléndido pastel de nuez y chocolate sin imaginar que mojado en lágrimas, lo comeríamos en el funeral de la señora que murió súbitamente la noche de Navidad.