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Cincuenta años de barbudos

LOS DÍAS, LOS HOMBRES, LAS IDEAS

Francisco José Amparán

Por andar en los mitotes de fin de año y evadiendo las balaceras que se presentan ya en colonias tanto proletarias como archiburguesas (¡al fin un elemento democrático e igualitario en este país, eternamente partido en castas!), con las consecuentes distracciones que ello trajo consigo, se nos había pasado comentar un aniversario que para alguna gente es significativo: el cincuentenario de la entrada de las fuerzas de Fidel Castro a La Habana. Y por tanto, el arranque de un régimen que, desde entonces, se ha sostenido contra viento y marea. Y no sólo como régimen: también como poderoso símbolo, emblema y mito.

Cuando los barbudos entraron a la bella Habana el 1º de enero de 1959 (y Fidel una semana después), pocos eran quienes podían adivinar en qué iba a culminar todo aquello. En esos momentos parecía una rebelión más o menos popular, apoyada por una nación harta de los excesos de un tirano sanguinario y con nombre de personaje de García Márquez, Fulgencio Batista. Tenía ciertos tintes abiertamente nacionalistas, y poco más. En Sierra Maestra, Fidel no pronunció la palabra “socialismo” ni cuando jugaba al Scrabble. De manera tal que su llegada al poder no alarmó particularmente ni a la clase media cubana ni al Gobierno de Eisenhower… que, cabe hacerlo notar, veía comunistas con tranchete hasta detrás de las cortinas de la Casa Blanca.

A fin de cuentas, Fidel no tardó en afectar los intereses de importantes corporaciones norteamericanas; especialmente a la más importante de ellas en Cuba: la Mafia. Y entonces fue cuando Estados Unidos respingó. Desde entonces, los dos países se han estado gruñendo y enseñando los dientes… lo que les ha servido de pretexto a los Castro para justificar el lamentable fracaso de su modelo económico.

Durante décadas, esa animosidad fue aprovechada por los cubanos para pegarse a la ubre de la Unión Soviética, que ni tarda ni perezosa intentó ganar ventaja, haciéndose de un aliado en las narices mismas del rival. Ello condujo en 1962 a la crisis más grave de la Guerra Fría, cuando los soviéticos trataron de instalar misiles nucleares de rango intermedio en la isla. A fin de cuentas prevalecieron las cabezas frías y no se llegó a la guerra. Lo más curioso de todo el incidente es que Cuba siguió proclamándose como miembro de los Países No Alineados, y de hecho Castro lideró durante un tiempo ese movimiento de los en-teoría- neutrales. Cómo puedo estar no alineado con alguna de las superpotencias, y al mismo tiempo poner a mi pueblo al borde del exterminio por permitir que una de ellas instalara misiles en mi territorio, se me escapa completamente. Pero no hay que sorprenderse: el carisma de Castro le ha permitido contradecirse una y mil veces, sin consecuencias entre sus panegiristas y admiradores. Que sí, todavía hay de ésos en el siglo XXI.

El caso es que los Castro le supieron sacar provecho al bono propagandístico (el militar se había acabado para fines de los setenta) que su régimen representaba para los soviéticos; los cuales subsidiaron luengos años una economía que no servía para maldita la cosa. Eso sí: los atletas cubanos ganaban muchas medallas y Castro se daba el lujo de sermonear a todo el mundo. Ah, y de paso, traicionar a la izquierda mexicana, presentándose a la toma de posesión de Salinas de Gortari, para legitimar a un régimen priista que había sabido mantener buenas relaciones con el barbón… acuerdo entre capos, que se llama.

Pero llegaron Gorbachev y el Glastnost y se acabó el pastel. Hasta eso, el Hombre de la Mancha (en la frente), muy decente él, viajó a La Habana en 1988 nada más para avisarle a Fidel que no volvería a ver un cinco de la ayuda soviética. Que estaban hartos de estarle tirando dinero bueno al malo, como si les sobrara. Y que, en lo que al Kremlin se refería, su régimen podía hundirse en las cálidas aguas caribeñas, para lo que les importaba.

Ante tan abrupto despertar a la realidad, se tomaron medidas de emergencia. La crisis pasó a llamarse el Período Especial (lo especial era que ahora el régimen tendría que sacar recursos con producción, no con discursos), y la población cubana empezó a sentir los estragos de la pésima administración gubernamental y los eternos males de la economía centralmente planificada. De ahí en adelante el nivel de vida de los cubanos se fue a pique. Lo que antes había sido una sociedad con muchas limitaciones, se convirtió en una en que las carencias y escaseces son el pan de cada día. Perdón: el boniato de cada día.

Nadie con un mínimo de objetividad puede aducir que la Revolución Cubana ha cumplido con una de sus metas básicas, que era traerle prosperidad a la población de la isla que vivía en la pobreza. Al contrario: en términos de algunos factores con los que se mide el desarrollo humano, Cuba ha presentado retrocesos desde esos entonces. La población en promedio gana menos de tres dólares diarios (menos que el mínimo mexicano). La Habana parece ciudad bombardeada, en donde las viejas viviendas, que no han recibido mantenimiento en décadas, se vienen abajo casi a diario. Así pues, ¿de qué sirve una revolución que lanza a la pobreza a toda una nación?

Se habían alcanzado grandes logros en educación y salud, ciertamente. Pero ya ni de eso pueden presumir los Castro y sus esbirros, por una razón muy sencilla: muchos maestros y doctores no están trabajando en Cuba, sino que se hallan en el extranjero, especialmente en Venezuela. Sus tatemas se han convertido en el principal producto de exportación de la isla, y lo que ganan pasa a engrosar las exiguas cuentas en moneda dura que el régimen necesita para pagar importaciones de alimentos y otros productos de primera necesidad.

Por supuesto, se esgrime la excusa de que la culpa de tantas penalidades es del embargo (que no bloqueo) norteamericano. La cual es una de las falacias más repetidas y manoseadas de la historia. Sólo deseamos que Obama levante esa estúpida medida cuanto antes, y se verá que los problemas de Cuba no tienen, mayoritariamente, un origen externo. Y a ver cuánto aguanta luego el sistema.

Con otra: ¿cuántos regímenes familiares (que no sean monarquías hereditarias) han durado cincuenta años? Ni los Somoza en Nicaragua, ni los Duvalier en Haití, ni los Al-Assad en Siria ni los Kabila en el Congo. Los únicos que le hacen sombra a los Castro, curiosamente, son los únicos otros partidarios del comunismo del siglo pasado: Kim Il Sung y Kim Jong Il, de Corea del Norte. La familita esa lleva 59 años gobernando (¿?) su sufrido país.

Total, que a cincuenta años de la llegada al poder de los barbones, podemos decir que ésa, como tantas otras revoluciones, fue un fracaso. Aunque el mito se mantenga, especialmente entre quienes no quieren ver la realidad, y siguen apegados a su rancia retórica y añejos lemas… del siglo XX.

Consejo no pedido para saber qué es lo que quiere el negro: Lea “Tres tristes tigres”, sublime juego idiomático y cachondeo lingüístico de Guillermo Cabrera Infante, sobre la Cuba prerrevolucionaria. Ella cantaba boleros. Provecho. Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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