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Cinecrítica

Max Rivera 2

En el largo y bello silencio

Calificación: 4 estrellas de 5

Le advierto, antes que nada, que ver En El Gran Silencio no es una experiencia sencilla. Es un documental que se resiste a adherirse a las convenciones del género: el director no presenta antecedentes ni contexto, no guía al espectador con información en textos o locuciones, no busca una progresión dramática, no sigue a personajes principales, en fin, no parecemos importarle un carajo. Lo que hace es meternos al corazón del monasterio de la Grande Chartreuse, y dejarnos ahí por un año, o lo que parece lo mismo, casi tres horas.

Soy partidario de los ritmos lentos en el cine, pero En El Gran Silencio nos presenta el reto adicional de carecer de arco narrativo. Es posible que sus instintos cinéfilos se rebelen luego de la primera hora de película, exigiéndole emociones más fuertes, o de perdido, algo que asemeje una estructura convencional. Pero si logra vencerse a sí mismo (y aquí terminan mis advertencias) se quedará con una experiencia profunda, que crecerá en su memoria conforme pasa el tiempo. Los monjes cartujos y el valle alpino en que viven es algo que merece ser presenciado. Porque la cinta, más que documental, es un testimonial

La orden de los Cartujos tiene más de 900 años, y se distingue por ser de las más ascéticas que existen en el mundo católico. Los monjes, además de prometer celibato, humildad y pobreza, hacen votos de silencio. Y es el silencio lo que da a la orden su aire sobrenatural. O antinatural. Viven recluidos en el bellísimo monasterio; y aún dentro de él, pasan la mayor parte del tiempo cada uno en su celda, en oración y meditación. Asisten diariamente a misa. Durante el día son oficios callados y breves. Por las noches, durante la misa de tres horas, entonan bellos cantos gregorianos. Una vez a la semana comen juntos (en silencio, claro) y sólo conversan después, cuando salen al campo a pasear por un rato.

Y así transcurre su vida. El documental no lo hace notar, dado el estilo aleatorio de edición, pero sus existencias están rígidamente estructuradas por horarios y labores. También pasa por alto la elaboración del Liqueur Chartreuse, potente bebida alcohólica (sumamente apreciada por gente de estilo de vida mucho más liberal que los fabricantes) cuya venta sostiene holgadamente a la orden. Incluir estos aspectos de la vida monástica simularía una estructura y nos habría distraído de lo que a Philip Groning le interesa: la introspección solitaria; la contemplación del paisaje; el goce deserotizado, pero aún así sensual, del tacto, de la comida; y el suave paso del tiempo, marcado por el etéreo reloj de los elementos.

Podría cuestionarse la vocación de los Cartujos, sobre todo si preferimos a los curas involucrados en las comunidades, abogando por los más desprotegidos. Como uno se imagina a Cristo, pues. Pero para los creyentes, los monjes proporcionan un servicio mayor a la humanidad, pues mientras buscan el nirvana apostólico romano su oración perpetua es un intenso trabajo de intercesión ante Dios a favor de quienes pecan y quienes sufren.

Ricardo Garibay decía, de los alpinistas, que son hombres admirables e inútiles. Una ventaja práctica de la vida en Grande Chartreuse es que resulta idónea para sobrellevar tiempos de crisis. En este año que vivimos en peligro, tenemos lecciones que aprender de estos serenos, poéticos alpinistas de la fe. Mrivera@solucionesenvideo.com

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