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Cinecrítica

MAX RIVERA 2

Deja entrar al buen horror

Las buenas películas de horror llegan tan de vez en cuando, que el arribo de una de ellas merece ser festejado.

Déjame Entrar (traducción apropiada, pero insuficiente, del poético y sugerente título original: Let The Right One In) es una película doblemente rara. Primero por la escasez arriba mencionada; y segundo, por su tono sobrio, contemplativo y agridulce, alejado de los tremendismos y recursos baratos que cintas de horror menos dignas han sobado hasta el desgaste.

Con apenas la cantidad de sobresaltos y gore necesario, las energías del director sueco Tomas Alfredson se enfocan en crear una atmósfera de desolación y desamparo para sus personajes principales: un inseguro chico de doce años agobiado por bravucones y una vampiresa recién llegada al barrio, que ha mantenido una apariencia púber durante siglos.

Ambos iniciarán una relación platónica que se irá convirtiendo en el refugio que ambos necesitan desesperadamente. Él, para adquirir valor y confianza en sí mismo. Ella, para disfrutar la compañía de un igual, que la distraiga de su hambre y existencia lumpenesca, dependiente de un esclavo humano viejo, torpe y cansado.

Ni qué decir que la temperatura gélida contribuye al ambiente opresivo de la cinta. El invierno escandinavo y la austera arquitectura del suburbio de Estocolmo en que se desarrolla la historia pesan tanto como un personaje.

La trama tiene lugar durante principios de los ochenta, agregando elementos a esa sensación de encontrarse en el bloque comunista europeo, al que, por supuesto, nunca perteneció Suecia. Sorprende que con un clima así, el país nórdico aparezca constantemente entre los tres primeros sitios en los índices de felicidad y bienestar mundial. ¡Lo que logra una buena administración pública! ¡Qué envidia!

La cinta es en el fondo un romance, con muchísimos asegunes. Habría que ver qué tanto amor sincero puede sentir una criatura sexualmente ambigua de doscientos años, por un mortal inocente ubicado en un escalafón inferior de su cadena alimentaria. Hasta dónde este apareamiento forma parte de sus ciclos antinaturales y sus meras necesidades prácticas. Él será rescatado de una ruta que lo llevaba hacia una adolescencia muy problemática, para posiblemente caer en un camino mucho peor.

Alfredson tiene la sabiduría de contener el optimismo y presentar con claridad las desventajas del trato. Sabe que en el pasado de sus personajes hay miedo, y en su futuro sangre, pero en el breve instante del presente, sólo un beso. Déjame Entrar se quedará en la memoria mucho tiempo (particularmente cierta escena en una alberca), y se valorará como uno de los grandes hitos del genero de vampiros, lavando con plasma joven la afrenta causada por los chupasangres asexuados y anodinos de Crepúsculo.

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