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CINECRÍTICA

MAX RIVERA 2

LLUVIA DE DULCE SIMPLEZA

No todas las cintas animadas para niños, de una, dos o tres dimensiones, tienen porqué horadar en las complejidades del espíritu del artista y su función en la sociedad, como Ratatouille...

No todas deben alcanzar las inspiradas alturas sentimentales de Up. No todas necesitan plantear universos singulares y provocativos como la primera mitad de Wall-E. A la mayoría debe bastarles con ser divertidas. De hecho, esa era la idea en un principio, ¿no? Déjenle las complejidades a los pretenciosos de Pixar. Ellos fueron los que atrajeron sobre sí mismos todo ese escrutinio y exigencia. Que se frieguen.

Otros pueden disfrutar de la libertad de hacer equilibrios sobre la vaporosa intrascendencia, propulsados por graciosos y constantes chascarrillos entre nubes de animación menos perfecta. Libres, con la única misión de volver a casa con las arcas llenas, cargando las indispensables provisiones para que estudios y exhibidores sobrelleven con calma el vendaval económico. Si en el camino consiguieron dibujar sonrisas, y vender algunos muñecos y cajitas felices, pues qué mejor.

Lluvia de Hamburguesas cumple. Es un platillo llenador. No fino, ni exótico, pero llenador.

Salida de Sony, un estudio de animación sin pedigrí, dirigida por dos jóvenes con aspecto de niños, Phil Lord y Chris Miller y basada en un exitoso libro infantil de los 80, narra la historia de un precoz inventor chiflado que es despreciado por sus contemporáneos e incomprendido por su padre.

Durante su corta carrera sólo ha lanzado al mundo creaciones calamitosas, todas hilarantes, que no han hecho más que justificar su condición de paria. Pero su suerte cambia cuando concibe y realiza una máquina capaz de transmutar el agua en cualquier alimento: vino, peces, panes, hamburguesas.

La cinta pretende tener un fondo de responsabilidad social, desatando visiones apocalípticas causadas por la gula y el consumo desbocado, y forzando lecciones nutricionalmente correctas para que los niños no salgan creyendo que las deliciosas e híper calóricas vistas recién contempladas son algo apetecible.

Se entiende, pasa. La historia nos sirve, como guarnición, una historia de amor simpática y un conflicto familiar que se resuelve de manera sumamente tierna. Bien. Pero lo realmente disfrutable de la cinta es, una vez que agarra vuelo, la velocidad con que logra traer a la mesa buenos chistes, uno tras otro, de chile dulce y de manteca.

Se agradece a los realizadores su énfasis en la comicidad. Como el helado, como las sodas, como las mermeladas, como todo dulce de contenido alimenticio dudoso, pero alto en azúcar, la risa provoca una elevación artificial inofensiva, un acto de evasión indispensable, que hace olvidar momentáneamente lo agrio, lo seco, la sal.

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