IDENTIDAD SUSTITUTA: LO MISMO, PERO MÁS ABSURDO
En un célebre cartón del dibujante Peter Steiner, publicado en The New Yorker en el remotísimo 1993, un perro sentado frente a una computadora le comenta emocionado a otro can sentado en el piso: "En la internet nadie sabe que eres un perro"...
Sólo añado a la contundente perfección del cartón un pequeño apunte a propósito de la película: Identidad Sustituta es como el dibujo de Steiner, pero con personas en lugar de perros, robots en lugar de internet, y alarmismo en vez de humor.
La historia de la cinta parte de una premisa realmente descabellada, pero a rollos más disparatados les hemos entrado sin mayor bronca: en un futuro muy próximo, la tecnología robótica será tan avanzada y accesible que el 95 por ciento de la población contará con un doble sintético llamado "sustituto", de apariencia humana, pero con fuerza y aspecto mejorado, que saldrá al mundo a trabajar y socializar en lugar de su operador.
Los operadores se encontrarán tranquilos y fodongamente resguardados en su casita, controlando a su robot a larga distancia y recibiendo directamente en el cerebro los estímulos que la máquina reciba: los negativos, amortiguados; los placenteros, como vengan. Suena bien, ¿no?
Y aunque por un instante la maldita desconfianza me hizo temer que el impuesto propuesto del 4% a las tele-comunicaciones (más el famoso 2%, que casi equivale a pagar tres tenencias al año) apartaría de la ola del progreso a este sufrido país de la región 4, me tranquilizó recordar que el Gobierno idearía mecanismos para restituir el dinero a los "sustitutos" que menos tienen.
Por este extravagante escenario, que se presta más para una farsa que a un drama policiaco, transita un circunspecto Bruce Willis en dos versiones, una rejuvenecida casi hasta la edad apropiada para salir con las chicas que frecuenta el actor, y otra, la real.
Willis interpreta a un policía con la misión de aclarar un extraño asesinato en el que se usó un arma desconocida, capaz de matar, por medio de artes nunca explicadas, tanto al sustituto como al operador.
Identidad Sustituta es suficientemente divertida, pero se queda corta como ciencia ficción provocativa. Deja sin contestar infinidad de preguntas sobre cómo funcionaría este fascinante y complejo universo que propone por dedicarse, más que nada, a advertirnos de los tremendos peligros que enfrentaremos de seguir con nuestras relaciones vicarias por internet.
Hay en Identidad Sustituta, además, una vibra de película "clase B" difícil de definir, provocada por la seriedad forzada, su estrella en decadencia y efectos especiales ligeramente chafas, que le dan empaque de sucedáneo de blockbuster, algo que es prácticamente lo mismo que una superproducción veraniega, pero más barato.