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Cinecrítica

MAX RIVERA 2

MEMORIAS FUGITIVAS, DAÑOS PERMANENTES

Cuando la madre del pequeño Jakob le obligó a esconderse tras el papel tapiz bajo un tocador, no podían prever que le tomaría más de cuatro décadas salir de ahí. Claro que en ese momento no cabían semejantes consideraciones: un comando nazi estaba por allanar su casa, ejecutar a los padres y llevar a su hermana a un destino desconocido, seguramente atroz, como el de tantos judíos de la Polonia ocupada.

Memorias Fugitivas narra la vida de un hombre golpeado tangencialmente por los sucesos, daño colateral de la historia más horrible jamás contada, que sin embargo sufre tanto como los que experimentaron en carne propia el Holocausto. Jakob es condenado a deambular taciturno por la existencia, recordando (¿idealizando?) una infancia dorada, destruida por los dos minutos que dura una irrupción domiciliaria de rutina para un estado terrorista.

En su camino se cruzará mucha gente bienintencionada. Algunos auténticos santos, como el arqueólogo griego que lo rescata del bosque al que huyó tras el exterminio, y que a gran riesgo personal lo traslada a las islas helénicas para criarlo como hijo propio.

Vecinos, amigos y amantes tratarán sin éxito de atravesar, o cuando menos entender, la barrera que Jakob construyó alrededor suyo. Como muchos de los personajes que se cruzan con Jakob, buena parte del público también tendrá dificultad para comprender el trauma del personaje.

A muchos les parecerá una reacción exagerada, larga y tediosa, de alguien que no vivió los verdaderos horrores de los campos de concentración y que libró a edad temprana los peores avatares de la guerra. Serán los mismos, sin duda, que pretenden que una persona deprimida salga del hoyo a base de decirle que le eche ganas, o que se jacte de su buena fortuna alguien que sufre del síndrome de culpa del superviviente.

Memorias Fugitivas es, a fin de cuentas, el bello recuento de un duelo prolongadísimo, y la posibilidad de sanar cuando la cura viene empaquetada en las curvas y los ojos correctos. Pese a que el director Jeremy Podeswa transita durante parte de la película por los peligrosos linderos del melodrama bélico edificante, y a que su estrategia de continuos flashbacks, que nunca llega a ser confusa, si amenaza con volverse reiterativa, el resultado es una buena variante sobre un tema muy visto, pero siempre necesario.

Por cierto: fanáticos de la novela original del mismo nombre, y los puristas pederos de siempre, pusieron el grito en el cielo cuando el final original de la cinta, fiel al del texto, fue cambiado por uno más optimista. La historia no necesitaba más drama, créame. Y a los obsesivos de la fidelidad se les olvida que entre cine y literatura no hay matrimonio feliz, sino adulterio.

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