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Cinecrítica

MAX RIVERA 2

BUEN ESTUDIANTE, MALA PELÍCULA

Llegó a mi buzón e-mail de cadenita supuestamente firmado por los realizadores de la cinta El Estudiante...

Se quejan del bizantino sistema de distribución mexicano y solicitan, en un tono reservado a casos de niños perdidos o enfermos, que la gente acuda al cine y recomiende la cinta a sus conocidos. Presumen que la película es divertida y llena de mensajes positivos, y piden que no los hagamos quedar mal con sus inversionistas.

El éxito de esta estrategia debe inspirar a los productores mexicanos, para que entre todos atiborren nuestros buzones con spam suplicante, y pongan veladoras al botón "reenviar".

Como sabrá, El Estudiante narra la historia de un hombre de 70 años que decide inscribirse en la universidad. Esta situación de pez fuera del agua, a juicio de los realizadores, debiera ser motor de todas las situaciones jocosas de la cinta, sin contemplar que puede agotarse en los primeros 20 minutos, como ocurre.

Don Jorge Lavat, intérprete del viejo, se mezcla con la chaviza de la Universidad de Guanajuato, siempre sorprendido por sus nuevas costumbres, pues utilizan palabras como "chido" (término con cuarenta años de uso) y aparatos sorprendentes como los audífonos (tecnología con 90 años de antigüedad). Eso sí, nada de acercarse a la Internet, invento indecente e ingobernable.

La película no muestra que Don Jorge aprenda nada en la escuela, más bien acude para impartir buenas costumbres, de aquellas que la gente tenía cuando él era joven.

Extrañamente esta época juvenil dorada, por algún accidente espacio-temporal, no corresponde a los años sesenta, sino a los treinta o al Porfiriato. Para inmediata demostración práctica de lo enseñado, la chica modosita y pudorosa será premiada con el amor verdadero; la intelectual e inquisitiva, castigada con el hijo bastardo de un profesor; y al usuario de drogas recreativas, ostracismo y una madriza de la familia Guanajuatense.

En un afán Capulinesco de ofrecer humorismo blanco, en la película no se escucha ni un solo "güe..". Y como muestra del mismo terror a llamar a las cosas por su nombre, tampoco se mencionan conceptos como drogadicción, sexo, abstinencia o aborto, centrales para la trama de la película.

La cinta en sí, vale poco. Es una historia de manufactura mediocre y predecible, que de manera tosca empuja la agenda conservadora de organizaciones y gobiernos de derecha. Es tiempo de cine perdido, pero acto colectivo imperdible porque lo más interesante que tiene El Estudiante no es la cinta, sino su público.

Resulta fascinante la entusiasta respuesta de muchos espectadores, jóvenes en su mayoría, que ven en la cinta un remedio a la falta de valores. El hartazgo causado por la violencia y la inseguridad le hace anhelar, sin saberlo, recetas cinematográficas bien probadas durante el Franquismo en España. Urge recordarles lo que ocurrió en esos años con otros valores fundamentales: el respeto a la diversidad y el derecho a disentir. ¡Aguas!

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