Diez detonaciones. Miguel está recostado al volante del auto blanco. En la oscura calle de Hiedra, de la colonia Infonavit Ampliación Aeropuerto, la única luz que se ve más allá de la niebla es la de los faros del Cirrus convertible que aún está encendido. Desde la banqueta, sin acercarse, sus primos y amigos gritan, maldicen, lamentan y se preguntan por qué él, por qué lo ejecutaron así.
La escena es confusa. Los militares corren y se refugian tras de los autos y las bardas. Inspeccionan la escena. La orden es cuidarse las espaldas. Se mantienen alerta de las camionetas con vidrios polarizados que dan rondines alrededor.
“Lo que hacen algunas veces los sicarios es regresar en otras camionetas para ver si en verdad lo mataron”, dice un integrante militar de esta patrulla. Hace varios días a un policía herido de la Cipol, una fuerza de seguridad de esta ciudad, lo bajaron de la ambulancia para rematarlo. No hirieron a nadie más.
“Claro que da miedo (patrullar la ciudad más peligrosa de México). Todos los días te enfrentas a la muerte. Pero alguien tiene que hacer este trabajo. No queremos que esto llegue a la ciudad. Sería incontrolable”, dijo uno de los oficiales de la patrulla militar.
Ese viernes había sido un día tranquilo en la ciudad más violenta de México, Ciudad Juárez. Al momento que comenzó a oscurecer, a las 17:50, el coronel quitó el seguro de su ametralladora, se ajustó el chaleco antibalas de 20 kilogramos de peso y pidió a sus hombres mantenerse alerta. “Es la hora de los sustos”, exclamó.
Desde el 13 de enero que fue destacado este batallón tratan de entender el modo de operar de los sicarios en esta ciudad. “Prefieren realizar sus maldades entre las 7:00 y 10:00 de la noche. Lo hacen porque es la hora del tráfico, porque ya no hay luz y porque aún hay gente y saben que ellos no los señalan. Es como para que sirva de ejemplo”, asegura.
En 2008 hubo aquí en Chihuahua 2 mil muertes de las 5 mil 600 que por ejecución del narcotráfico se produjeron en todo el país. La mayoría de ellas en Ciudad Juárez, donde fallecieron mil 600 personas.
La policía municipal se abalanza sobre los familiares que salen de una casa y los detienen. La ambulancia de la Cruz Roja llega 10 minutos después pero nada pueden hacer. Se acercan con cautela para no pisar los más de diez casquillos de nueve milímetros regados alrededor del convertible.
La ejecución de Miguel Amaya, previo al Día del Amor y la Amistad, sería sólo una de las más de 20 ejecuciones que se darían sólo ese fin de semana en Chihuahua y una de las 13 ocurridas en Ciudad Juárez, según cifras de la procuraduría del estado.
Aquí en Chihuahua la guerra que libran el Cártel de Sinaloa contra el Cártel de Juárez, que defiende esta plaza, ha cobrado en lo que va de 2009 ya más de 300 muertes. Y tan sólo en la zona del Valle de Juárez, hasta el 16 de febrero, van 154 ejecuciones, según datos de la Procuraduría de Chihuahua.
A merced de la muerte
La escena es el resumen de lo que pasa en Ciudad Juárez. Ajuste de cuentas por doquier. Echan bala y matan a los contras: de Juárez o de Sinaloa. Matan a quien pierde droga o se la decomisan. Matan a quien se queda con algo de los capos. Matan porque ese es el mensaje: con ellos no se juega. Qué pueden esperar los militares que los combaten.
Para fines del Operativo Conjunto Chihuahua, Ciudad Juárez fue dividida en cinco sectores, existe un C4 que concentra las llamadas de alerta y de denuncia ciudadana, a las cuáles acuden militares, policías federales, estatales y municipales.
Horas antes en el cuartel, el coronel mostraba un mapa con los puntos en donde se habían realizado decomisos y los lugares en donde hubo ejecutados. Existen algunos puntos, por ejemplo en el Sector IV, en donde se da la coincidencia: “un día se hace un decomiso en una bodega o casa y al otro día aparecen cuatro o tres ejecutados”.
El carro Cirrus sigue encendido. Los paramédicos ya se retiraron. Una tía y un primo se acercan, quieren despedirse, quieren besarlo. Son alejados. Ahí se queda él solo, sobre el asiento de su auto deportivo, valuado en 390 mil pesos, como si se hubiera quedado dormido. En un parque, a lo lejos, se reúnen algunos curiosos. Sus familiares detrás de la línea amarilla le lloran.
Los cuatro que iban con él, amigos y un primo, escaparon de la muerte. Los sacaron del auto. Sólo las balas les rozaron pero viven para contarlo.
“Eran como unos cuatro. De hecho nomás a él lo atacaron. Nos rodearon a los cuatro que íbamos, porque iba una muchacha porque íbamos a dejarla. Y a mi nomás me rozaron la espalda porque yo me alcancé a salir. Pero estaban acá, disparando ellos…”, dice con acento norteño entrecortado el testigo más cercano.
“Sí, era una Silverado Sierra color vino y una Cherokee… Parecía que eran puras pistolas… Veníamos de una fiesta, veníamos a dejar una muchacha que iba con nosotros y nos chocaron a propósito, aquí en el semáforo. Y mi compa no dijo nada. Él siguió dándole. Ya hasta que llegó una “trocka” y el chavo empezó a disparar. Llegó otra, nos cerró y también nos empezó a disparar”, agrega.
Tres tiros resuenan. Los ladridos de los perros se intensifican. Los murmullos y sollozos paran. Dos camionetas con vidrios polarizados pasan a toda velocidad hacia la colonia de enfrente.
“Vamos. Vamos… Suban… En alerta todos… Vigilen azoteas y autos…”, dice el comandante. Los efectivos suben a sus unidades, cortan cartuchos y quitan seguros. Se colocan los lentes y visores. El viento a más de 180 kilómetros por hora cala la piel y te impide ver. Un choque sería fatal para los tripulantes que van agarrados con una mano de la camioneta y con la otra sujetan sus armas.
“Romeo Julieta, Romeo Julieta. Se reporta una serie de tiros en Sector 4….” Se escucha que dicen desde el C4 por el radio Matra. Inicia la persecución. “Al tiro”. Las armas van ya sin seguro.
Hace media hora uno de los sargentos de la patrulla confesaba: “La noche es más peligrosa. No sabes si hoy vas a morir. Los vidrios polarizados de los autos en la noche te impiden ver el interior. Nunca sabes si desde ahí te van a disparar. Nosotros estamos destacamentados aquí y no conocemos la ciudad, poco a poco logramos descifrarla pero no sabemos rutas y atajos”.
Una patrulla o Base de Operación Móvil de las Fuerzas Especiales del Operativo Conjunto Chihuahua se compone de dos camionetas con un comandante a cargo de 13 efectivos y un operador de radio-comunicación.
Recibir o mandar mensajes seguros se ha convertido en un lío. El Ejército no confía en nadie, dicen que los narcos interceptan todos los canales, por eso se utilizan cinco tipos de comunicación por radio: matra, satelital, radio equipo táctico, equipo banda con repetidor y equipo tierra-aire.
El número de llamadas diarias en los teléfonos de Denuncia Ciudadana son más de 60 diarias, comenta Enrique Torres, vocero del Operativo Conjunto Chihuahua.
“Nosotros vamos a todas. Muchas de ellas, un 70 por ciento son falsas. Esa es una táctica que emplean (los narcos) para desgastarnos, pero vamos nosotros a todas. Con el apoyo del equipo aéreo y la división sectorial mantenemos vigilada la ciudad”, aseguraba por la tarde un integrante militar de este Operativo.
Las jornadas de trabajo diarias para las Fuerzas Armadas no tienen horario. Duermen tres o cuatro horas de mañana o de noche o en la tarde. Comodidades no hay.
La patrulla se interna a las colonias de enfrente de la escena del crimen. Se revisa a autos y camionetas sospechosos. El comando de las dos camionetas se divide, unos revisan otros vigilan. Los ladridos de los perros de fondo alertan al vecindario. La búsqueda dura media hora pero es inútil. Se hicieron humo. Nadie sabe de ellos, nadie vio nada. La gente tiene miedo de hablar o de señalar.
En la escena del crimen, Miguel continúa en su auto que aún está encendido. Los peritos toman muestras, miden, el secretario apunta a toda velocidad las descripciones.
Sigiloso un testigo se acerca a la patrulla de militares. Asegura que alguien vio, momentos antes de la balacera a una patrulla de tránsito, afuera del domicilio al que se dirigía Miguel y sus acompañantes y que al momento de que las camionetas dieron el cerrón y comenzó la balacera, los policías huyeron en sentido contrario.
“Yo confío nomás en ustedes. Ustedes van a limpiar este mugrero. Nosotros nos dedicamos a trabajar nada más”, dice el testigo casi en secreto al comandante de la patrulla.
A Ciudad Juárez parece que le llegó la hora de los sustos. Las patrullas de militares van día y noche por la ciudad pero los muertos y ejecutados no dejan de aparecer. La guerra entre cárteles sigue en pleno.
Las camionetas utilizadas por las patrullas militares son insuficientes. Alguien tiene qué hacer este trabajo para que la matazón y la guerra no se extiendan a la capital de México.