Hartazgo, decepción, desconfianza, desilusión, frustración, son emociones generalizadas en la sociedad lagunera en estos oscuros días de crisis económica e inseguridad pública.
La incapacidad de los gobiernos de los tres niveles para brindar a los ciudadanos las condiciones mínimas de bienestar ha redundado en la falta de credibilidad de la mayoría de la población en las instituciones y quienes las encabezan, y también en la desesperanza de no encontrar salidas por ningún lado.
Y es que hoy más que nunca es evidente el divorcio entre la llamada clase política y el amplio sector de la población que día a día busca de forma honrada salir adelante y dar lo mejor que puede a su familia.
Aunque en sus gastados discursos digan lo contrario, los integrantes de los partidos políticos ocupan la mayor parte de su tiempo en mantener sus prebendas a toda costa, mientras el ciudadano de a pie se convierte en víctima y testigo de la cotidiana tragedia colectiva en la que se ha convertido la vida en muchos rincones del país, como la Comarca Lagunera.
Para un lagunero hoy, salir a la calle es casi un acto de fe, por la violencia, la incertidumbre y la hostilidad que dominan el espacio público. Torreón, la ciudad más importante de la región, es un claro ejemplo de la contraposición entre los intereses de los gobernantes y los de ese sector de la sociedad que con su trabajo hace que, a pesar de todo, esta región siga existiendo.
El afán de control absoluto que ha mostrado el gobernador Humberto Moreira, y la necedad e ineptitud del alcalde José Ángel Pérez y su equipo, tienen hoy al municipio de Torreón sumido en uno de los peores momentos de su historia reciente, con los índices de inseguridad y desempleo más altos en los últimos años y un marcado descuido en los servicios públicos, como pavimentación y alumbrado público.
En días anteriores un hecho puso en evidencia la desfachatez de nuestros gobernantes. Ante la evidente falta de promoción para la creación de nuevas empresas en Torreón, el alcalde José Ángel Pérez declaró que no era su responsabilidad atraer a los inversionistas, sino del Gobierno Estatal, a quien acusó de concentrar la inversión privada en Saltillo, capital del estado. Por su parte, el gobernador Humberto Moreira, frente a la misma cuestión, criticó al Gobierno Federal de no traer a Torreón empresa alguna, ni siquiera "un estanquillo".
Resulta ridícula la postura de ambos mandatarios, ya que dentro de sus estructuras de gobierno cuentan con sus respectivas dependencias de fomento o desarrollo económico. Antes de cuestionar al vecino deberían empezar por preguntarse qué han hecho sus funcionarios para impulsar la creación de empleos en esta ciudad.
En el tema de la seguridad pública, el deslinde también ha sido la constante. Uno de los principales reclamos de la administración municipal que está por terminar fue la falta de apoyo por parte del Gobierno de Coahuila para hacer frente a la creciente ola delictiva que asuela a Torreón. El Ejecutivo Estatal, a su vez, se la ha pasado cuestionando a la Presidencia de la República por "no hacer su trabajo".
Pero ninguno de los dos se hace responsable de lo que es su competencia y, puesto que ellos dicen no tener culpa de que el problema siga creciendo, nada hacen para corregir sus estrategias contra el crimen, si es que tienen alguna.
En medio de esta lamentable situación es natural que surjan preguntas como ¿Qué pueden hacer los ciudadanos ante la irresponsabilidad de quienes dicen ser sus representantes? ¿Existen mecanismos para exigir una rendición de cuentas real y lejos del manoseo político? La respuesta a ambos cuestionamientos es obvia, y en esa obviedad radica gran parte del hartazgo y la frustración de la mayoría de la sociedad.
Esta desesperanzadora realidad nos lleva a otras preguntas: ¿Hasta cuándo los ciudadanos seguiremos soportando que los gobernantes pongan sus intereses personales y gremiales por encima de los de la sociedad? ¿Hasta cuándo permitiremos que continúen defraudando a quienes con sus impuestos los mantienen? La respuesta también aquí es bastante obvia: hasta que decidamos hacer algo para cambiar las reglas del juego.
Mientras sigamos sólo lamentándonos por los gobiernos que nos tocan; mientras nos conformemos con votar cada cierto tiempo por el menos peor de los candidatos; mientras continuemos siendo observadores pasivos de los abusos y torpezas de los funcionarios que, impunemente, saltan de un cargo a otro para no perder sus privilegios; mientras no nos organicemos como sociedad civil para exigir responsabilidad y mejores resultados de los gobiernos, tendremos que seguir rumiando nuestra frustración de ver cómo nuestro país, nuestro estado, nuestra región y nuestra ciudad continúan hundiéndose.