Vuelvo de vacaciones, dispuesta a iniciar un nuevo semestre que quién sabe qué sorpresas me tenga reservadas. La incertidumbre va más allá de los alumnos, la tecnología y los cambios organizacionales, porque abarca todos los ámbitos. Cada día ofrece experiencias inéditas en cuanto a los eventos políticos y sociales de nuestro país, las reacciones de las partes involucradas en los mismos, el trastorno de nuestra cotidianidad pacífica perdida, la amenaza de riesgos jamás sospechados, las dificultades económicas de la mayoría. En fin, la situación es más compleja y hay que hacerle frente con el espíritu renovado tras unos días de asueto y andanzas.
Mi aventura veraniega inició en El Palmito (presa Lázaro Cárdenas), a donde jamás había ido. No sé si será tan espectacular como a mí me pareció, pero ustedes que lo conocen estarán de acuerdo conmigo en que el lugar es hermoso y memorable la paz que se consigue respirando aire puro, mientras se contempla los cambios de luz reflejados en el agua y en la transparencia del aire. Agregar a lo que Naturaleza provee, la compañía de amistades con quienes compartimos ideas, música y un poco de ocio placentero, resulta una delicia. Agradezco y atesoro mi capacidad de disfrutar de las cosas sencillas y de encontrar auténtico gozo en situaciones que no tienen que ver con el dinero y la sofisticación, sino con lo que está ahí, esperando a que los ojos y la sensibilidad lo descubran y valoren.
Al preludio vacacional siguió un paseo de remembranza por el bajío mexicano. Quisimos mi esposo y yo repetir una ruta similar a la que hace 33 años conformó nuestra luna de miel. Hay cambios enormes en la infraestructura carretera y en el panorama que ofrecen al visitante las ciudades que hoy se preparan para conmemorar el segundo centenario de nuestra Independencia. En primer lugar el campo, hermoso, totalmente trabajado y con los efectos evidentes de la tecnificación agrícola. A ambos lados de la carretera se aprecian kilómetros y kilómetros de plantíos en diversas fases de siembra, crecimiento, madurez y cosecha, probando que, efectivamente, va uno por el granero de México. En especial Jalisco y Guanajuato muestran sus áreas cultivadas como tantos países europeos, donde no queda centímetro de tierra ociosa o sin producción. ¿Por qué hay crisis en el campo mexicano y hambre entre la población, si la fertilidad es innegable y la posibilidad de reproducir los sistemas de cultivo también? Sospecho que, como en todo lo demás, es la política mal aplicada, el acaparamiento y la corrupción contaminándolo todo lo que explica el problema y nos obliga a importar lo que podríamos tener con un sistema de trabajo y reparto eficiente y honesto. Por otra parte, es tal la variedad de verdes y tipos de ganado a lo largo del camino, que casi pasan inadvertidos los piquetes de soldados que, desafortunadamente, van sembrando de retenes las carreteras de nuestra patria o que nos sorprenden en gasolineras y expendios donde, igual que los viajeros, llegan a abastecerse de combustible y refresco, de modo que no es raro formarse para pagar junto a una metralleta. No obstante, la sensación de inseguridad fue disminuyendo a medida que nos acercábamos a nuestro destino. Será por tanto Santo Patrono que hay en aquellos lares o por las diversas advocaciones de la Virgen que en uno y otro lado preside las actividades y recibe la oración de propios y extraños, pero en todo momento nos sentimos tranquilos. De hecho, una de las cosas que más me sorprendió en este viaje fue la presencia efectiva de los cuerpos de seguridad en las ciudades. Cuando digo "efectiva" me refiero a que hacen lo que les corresponde y con un sentido de autoridad incuestionable, cuyo resultado es el orden de la gente, el comportamiento civilizado de la población, la limpieza y cuidado de calles, edificios, áreas verdes y todo aquello que constituye el patrimonio regional, nacional y mundial. Por ejemplo, vi cuando una agente de tránsito, en perfecto dominio de sus funciones, obligó a un turista a desocupar el lugar reservado a discapacitados, donde había estacionado su auto. El joven alegaba su condición de turista extranjero, pero ella señaló el ícono de la silla de ruedas, aduciendo contundente la universalidad de la imagen. Naturalmente, la congruencia de los agentes, sus palabras y sus acciones sirven de ejemplo a la población y a los visitantes, quienes abandonan una noche de fiesta popular, baile placero o concurso de rondallas, dejando las áreas completamente limpias, listas para que durante la noche (y no en horas-pico) las cuadrillas de limpieza recojan la basura depositada en los cestos correspondientes y echen agua a las plantas y baldosas, para que la ciudad amanezca como recién lavada. ¡Qué diferencia de lo que pasa aquí, donde sin necesidad de que haya fiesta o desfile, somos capaces de ensuciar cada centímetro de banqueta, calle o jardín con papeles, desperdicios, fluidos corporales y todo lo imaginable, sin que el vigilante que está a nuestro lado haga nada por evitarlo o incluso colabore tirando su lata de refresco o el papel de la gorda que acaba de comerse. Sean sitios sagrados, civiles o recreativos, el resultado es el mismo: hay que rayar, hay que ensuciar, hay que romper
Y si al margen del caos generalizado y los graves problemas que nos aquejan, detalles tan insignificantes provocan reflexión y lamento, ni qué decir de obras como la transformación de centros históricos de suyo hermosos, como el de Querétaro, donde no se ven postes ni cables eléctricos o telefónicos, porque todo se ha hecho subterráneo, liberando a la ciudad de las telarañas interminables de cableado que ofenden la vista, afectan los servicios, afean el panorama y quitan espacio para transitar. Esto lo están realizando todas las ciudades que, además de viejas, también son cultas. Porque cultura es respeto, atención, orgullo por lo propio y propósito de conocerlo, mantenerlo, amarlo, compartirlo con los demás, exigir y promover su cuidado. ¡Qué pena que no podamos emular el estado material y el comportamiento cívico de aquellas poblaciones y que nuestro querido Torreón se desmorone por la falta de educación y por proyectos fallidos, como el lamentabilísimo del Centro Histórico.
Recordando a Vasconcelos, digo que hoy no es la carne asada lo que marca el fin de la civilización: la barbarie comienza donde las paredes públicas y privadas son territorio exclusivo de vándalos a los que ninguna autoridad castiga ni les exige limpiar.
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