El día de ayer, escuché una brillante conferencia dictada por el ministro de la Suprema Corte, don Genaro David Góngora Pimentel, con el tema: "Después de los estudios de la carrera de derecho... ¿Qué sigue?".
En verdad me resultó muy aleccionadora esta charla y más viniendo de un hombre que ha hecho del derecho todo un arte y que culminará su carrera profesional jubilándose del más alto cargo judicial al que puede aspirar un abogado: el de ministro de la Corte.
Afirma, don Genaro David, que al término de la carrera, al recibir su título de licenciado en derecho, el joven cree estar listo para enfrentarse al mundo de la vida profesional, pero que en realidad no es así, pues existen varias disciplinas que no se enseñan en las aulas y que éste debe aprender para poder convertirse en un abogado exitoso.
Y en efecto, son las lecciones de la vida, las que se aprenden fuera de las aulas, las que van formando el carácter del abogado y si se aprenden bien y se ejercitan con honestidad de pensamiento, pueden conducirlo al éxito.
La primera lección que no se imparte en la escuela, es la que nos indica que un buen abogado debe ser vigoroso, porque "el abogado de éxito tiene entusiasmo y un ardiente fervor por el derecho".
El joven abogado debe estudiar sin descanso; o como diría Ortega y Gasset: "Sin prisas, pero sin pausas". Siempre debe estar atento a los grandes problemas de derecho, a los nuevos criterios jurisprudenciales, investigando en libro y revistas especializadas e incluso enterándose de los precedentes en las cortes de otros países.
Tienen toda la energía para ser vigorosos, por tanto, no pueden darse el lujo de descansar, porque finalmente, el derecho debe ser su pasión y lo que apasiona no cansa, porque la palabra clave para salir adelante es: Trabajo, pues como sostuviera Benjamín Franklin: "Nunca hubo alguien glorioso, que no fuera también laborioso".
Otra lección que deben de aprender en la universidad de la vida, es la paciencia. Cuando sean consultados por un cliente, escúchenlo pacientemente, no lo interrumpan ni apresuren. Él tiene necesidad de contar al detalle su problema. Esta misma materia deben aprenderla también los jueces y magistrados en su trato con las partes, porque el problema del cliente o del justiciable, es su problema más grande y por tanto más importante.
Otra asignatura que se tiene pendiente al salir de la carrera, es que el abogado "debe ser un hombre íntegro y tener un respeto absoluto a las normas éticas de la profesión, aun bajo las circunstancias más difíciles".
El abogado tiene que ser honesto con su cliente y decirle qué se puede hacer en su caso y qué no se puede hacer, así como conducirse con verdad durante todo el proceso. Aun cuando llegara a perder un asunto, el cliente seguirá confiando en el abogado porque advirtió su honestidad y sabe que le merece toda su confianza.
Nunca traten en sus escritos y alegatos, de engañar al contrario o al juez, pues ello no resulta fácil; pero además, si el juez descubre la trampa, de ahí en adelante analizará con lupa sus escritos, porque sabrá que está en presencia de un abogado embustero.
El joven abogado tiene que tener valor y paciencia para esperar las oportunidades que busca, porque éstas no llegan solas ni de inmediato. Hay que tocar muchas puertas y a veces, hacer largas horas de antesala. Pero el valor y las ganas de conseguir una oportunidad llega en un momento adecuado y recompensa con creces toda esa espera.
"El derecho es una amante celosa que no admite amores fáciles ni ligeros", dice don Genaro David y tiene razón. Por eso sólo entrega sus dones a quienes saben ser pacientes y apreciar sus valores.
La lucidez, es una materia que también deberán aprender en esta universidad de la vida. El buen abogado, debe ser un abogado integral; si es posible, dominar idiomas, lo que le permitirá leer en otras lenguas y empaparse de otras formas de pensamiento. Pero además, debe saber de música, poesía, pintura e historia, entre otras disciplinas. No basta con saber sólo derecho, porque entre más sepa el abogado mejor abogado será.
No busquen de primera intención los despachos grandes para formarse. Traten de ingresar en aquéllos en los que los viejos abogados sean capaces de enseñarles el arte del derecho y traten también de aprender de ellos lo más posible. En los grandes y pomposos despachos los jóvenes se pierden, porque no hay un abogado formado y de prestigio que esté cerca de ellos.
Actúen siempre con lucidez. "Todos podemos lograr alguna elegancia en el decir y en el escribir de nuestras razones".
Abandonen pronto el léxico vulgar y corriente de los pasillos universitarios, para adentrase en el maravilloso mundo del idioma castellano.
Un viejo maestro mío, cuando veía que hablábamos mal, nos reprendía diciendo: "Exprésese con propiedad, compañero". Y tenía toda la razón del mundo, pues cuando uno logra dominar aceptablemente el idioma, puede expresarse en cualquier foro con la seguridad del que sabe lo que está diciendo.
Nunca deben olvidar los jóvenes abogados, que ellos decidieron "tomar la profesión más excitante y estimulante del mundo", la profesión de abogado.
Por lo demás, hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".