Xóchitl Gálvez llamó ayer a todos los partidos de Oposición a unirse en Hidalgo, y se manifestó dispuesta a ser candidata de la alianza que es necesario construir para desplazar al PRI del Gobierno, que lo ha ejercido con deplorables resultados: el estado es el quinto más pobre de la república, sólo tres de cada diez habitantes tienen acceso a instituciones de salud, uno de cada tres adultos no cursó la enseñanza primaria, 8 de cada diez personas económicamente activas ganan menos de tres salarios mínimos. Si se considera que el 56 por ciento de los hidalguenses tiene menos de treinta años de edad queda claro que es preciso abrirles horizontes que los gobiernos priistas han sido incapaces de trazar.
Aunque faltan quince meses para la próxima elección de gobernador, y poco menos de un año para la designación de candidatos, es muy oportuna la exposición de los propósitos de la ex directora de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Lograr una coalición amplia, que incluya al PAN y a los partidos del renaciente Frente Amplio Progresista implica un proceso prolongado y tesonero, que identifique las coincidencias en los planteamientos de esas agrupaciones y trace el perfil de la persona idónea para contender con éxito por la gubernatura y para ejercer con responsabilidad las tareas necesarias para arrancar a Hidalgo de su postración (postración que una rastacuera modernidad urbana procura ocultar). También es preciso dedicar tiempo a derrotar los obstáculos que se erijan frente a la alianza posible. Uno de ellos es la suposición de que los antagonismos, la polarización vigente desde 2006 cancelan desde su origen todo acercamiento entre Acción Nacional y los partidos que sostuvieron la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador. No hay tal imposibilidad radical, como lo muestra el ejemplo de Oaxaca. Y es que las diferencias entre partidos, por hondas que sean o parezcan, deben y pueden ser subsanadas para el logro de un objetivo común y superior. La alianza oaxaqueña, ya formalizada, se aproxima a definir su candidatura. La que con mayor naturalidad puede salir avante es la de Gabino Cué, que contaría con el asentimiento de todos, incluido el movimiento de López Obrador.
En Hidalgo, en cambio, es preciso construir esa candidatura. En mi opinión es Xóchitl Gálvez la que mejor podría encarnarla. Como profesional y como empresaria ha mostrado talentos para organizar el trabajo en busca de un objetivo común. Como funcionaria del Gobierno de Fox mostró una notable sensibilidad social -que le viene de origen, por su propia biografía-al mismo tiempo que eficacia. Pudo, además, escapar a los moldes burocráticos sin incurrir en el desorden paralizante.
Ha sido oportuna su toma de posición porque en el PRD se adelantan vísperas que tienen que ver con la anunciada refundación del partido. De ser real ese movimiento, de no quedarse en la sola apariencia, el partido que emerja de ella haría imposibles decisiones como las que se anticipan respecto de la sucesión gubernamental. Hace poco, el presidente del Senado, Carlos Navarrete, uno de los principales dirigentes de Nueva Izquierda lanzó una baza a favor del senador José Guadarrama, que una vez más deambula en pos de la candidatura al cargo que se le ha mostrado renuente.
Por varios motivos el partido a cuya bancada pertenece debería cuidarse de una eventual postulación de Guadarrama. Uno inicial obedece a la verdad encerrada en un dicho pueblerino: quien ya bailó, que se siente. Es preciso no incurrir en unja pertinacia estéril. Como priista Guadarrama buscó más de una vez ser candidato. Cuando más cerca estuvo de lograrlo, en 1998, fue derrotado en la elección interna por Manuel Ángel Núñez Soto, al son de dos votos a uno. En esa misma coyuntura intentó que lo postulara el PRD, pero su presidente entonces, López Obrador, lo paró en seco, en espera de que renunciara al PRI, que tantas oportunidades le había dado. Por cierto, Guadarrama se ufanó recientemente de ser el único senador elegido dos veces, como candidato de diferentes partidos. Debería avergonzarse de su elección inicial, en 1994, lograda por medio de las artes en que es maestro y que le dieron merecida fama de alquimista electoral. La segunda vez, hace tres años, se benefició netamente del efecto López Obrador. Obtuvo ciertamente cien mil votos más que los 205 mil que alcanzó en 2005 cuando fue derrotado por Miguel Ángel Osorio Chong, pero ello se debió al auge que en casi toda la república produjo la candidatura presidencial del ex jefe de Gobierno del DF.
Guadarrama ha sido reiteradamente señalado por sus prácticas oportunistas y violentas. Hace dos semanas apenas se presentó, como si fuera protagonista del proceso, en un acto donde se hablaría de la refundación perredista. Allí, el secretario de formación política y dirigente del Colectivo de izquierda hidalguense, Tonatiuh Herrera Gutiérrez, denunció su presencia como un acto preelectoral. Al día siguiente, junto a otros militantes de esa corriente, fue atacado violentamente, ante la impasible complicidad de los dirigentes del consejo estatal, controlado por Nueva Izquierda que está asociada con Guadarrama en Hidalgo desde su nacimiento.
A evitar este género de prácticas deberá orientarse la refundación del PRD. Será deplorable que la persistencia de conductas que han desprestigiado a ese partido le haga perder la oportunidad de contribuir al desarrollo político hidalguense.