Tenía razón el ex presidente George W. Bush cuando sentenció en una ocasión que el terrorismo será el gran enemigo de los norteamericanos durante las siguientes décadas.
Lo que no dijo Bush fue que los terroristas cohabitan ya en la misma casa sin que la inteligencia norteamericana sea capaz de ponerlos en su lugar.
La horrorosa matanza cometida por un oficial norteamericano de origen palestino en el Fuerte Hood de Texas, la base militar más grande de Estados Unidos, no tiene explicación ni tampoco justificación porque bien pudo haberse evitado.
El mayor Nidal Malik Hasan, de 39 años de edad y siquiatra del Ejército que atendía a soldados con problemas emocionales ligados al estrés y a los efectos de las guerras del Medio Oriente, había mostrado de tiempo atrás una conducta extraña y un exagerado apego al islam que lo convertía en un elemento sospechoso y de alta peligrosidad.
Los familiares de las trece personas que asesinó al disparar las pistolas que recién había adquirido, habrán enfurecido al enterarse que Hasan manifestó varias ocasiones su malestar por las guerras de Irak y Afganistán, que en alguna ocasión puso su religión por encima de la Constitución de Estados Unidos y que mantenía comunicación con un líder yihadista radical, quien al conocer los hechos sangrientos felicitó al militar homicida.
El terrorismo cogió bien dormido al sistema de seguridad e inteligencia norteamericano durante los atentados de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington.
Pero a ocho años de la caída de las torres gemelas y en plena guerra contra los grupos radicales de Irak y Afganistán, resulta ingenuo por no decir ridículo que los cuerpos de inteligencia de Estados Unidos no hayan actuado en contra del mayor Nidal Hasan, lo que hubiera evitado esta masacre realizada en el corazón del sistema militar nacional en donde viven más de 50 mil soldados junto a unos 150 mil familiares.
Las autoridades y los medios de comunicación mandaron este suceso a un segundo plano a pocos días de lo ocurrido una vez que se divulgó de manera oficial que el militar nacido en Virginia y egresado de Virginia Tech, había actuado de manera solitaria y por lo mismo se descartaba la existencia de un complot terrorista.
Pero como dice la revista Time, Hasan era un personaje contradictorio: un consejero que requería de consejos; un soldado que no quería combatir al menos no a los musulmanes; un militar que apenas en mayo fue ascendido al cargo de mayor y quien se resistía a ser trasladado a Irak y Afganistán.
Todavía más: un militar que estaba en contra de las acciones de su Ejército pero quien nunca optó por el retiro y quien el día de su acto homicida salió a la calle con una vestimenta de practicante musulmán.
Podría ser por vergüenza o por el dolor que esto ha causado, pero impresiona observar que un hecho tan grave se mantenga bajo un extraño y sospechoso silencio.
Para el Gobierno de Barack Obama esta tragedia acarreará enormes desafíos. Por lo pronto fue lanzada la orden de investigar casos similares al interior de las fuerzas armadas en donde laboran unos 3,500 americanos de ascendencia o religión musulmana.
No será fácil descubrir a otros Hasan porque los terroristas de carne y hueso están muy bien adiestrados y saben actuar y fingir demencia de acuerdo a las circunstancias.
Lamentablemente este hecho provocará además que suba la psicosis y el nivel de alerta en torno al terrorismo, lo que conducirá a nuevas medidas que compliquen la vida en Estados Unidos o peor todavía que limiten el derecho a la privacidad y la libre expresión como sucedió en tiempos del Gobierno de Bush.
Queda claro entonces que el enemigo cohabita en la misma casa que la primera potencia del mundo a pesar de estos ocho años de ardua guerra contra el terrorismo.
