A través de un camino poco ortodoxo, la gigante automotriz General Motors se fue esta semana a la quiebra en un nuevo intento por rescatar a este ícono del capitalismo norteamericano.
En medio de duras críticas, el presidente Barack Obama aprobó un complejo plan de ajustes y apoyos federales en donde el Gobierno prácticamente nacionaliza a la empresa al quedarse con el 60 por ciento de su capital accionario.
A cambio la compañía se obliga a una restructuración que contempla el despido de unos 21 mil empleados, el cierre o reducción de doce fábricas, la clausura de 2,600 concesionarias y la venta de sus marcas menos redituables Pontiac, Hummer, Saab and Saturn.
Lo que debió ocurrir desde hace varios años, finalmente se ha concretado. Esto es llevar a la quiebra a General Motors, cuyas pérdidas acumuladas desde 2004 ascienden a 87 mil millones de dólares, producto de una deficiente administración que no supo adaptarse a las nuevas reglas del mercado conquistado por Toyota y Honda, entre otras armadoras.
El imperio automotriz fue fundado en 1908 -hace más de un siglo-por William C. Durant y años más tarde fue encabezado por Alfred P. Sloan, quien la convirtió en una corporación ejemplo a nivel mundial.
General Motors ocupó durante décadas el liderato mundial en materia de ventas, activos y número de empleos que durante los años setenta llegó a las 395 mil plazas. Una vez consumada la quiebra se calcula que la empresa ofrecerá no más de 40 mil empleos.
La corporación fue rebasada en los setentas por las grandes petroleras y más recientemente por las compañías electrónicas, pero aún así General Motors aparecía casi siempre entre las diez empresas más importantes de Estados Unidos y del mundo.
Pero la arrogancia y complacencia de sus directivos, junto a las exageradas demandas de sus sindicatos, llevaron a la empresa a números rojos y a ser superada por Toyota que recientemente se convirtió en la empresa número uno en venta de vehículos.
GM se dedicó a pagar promedios de 70 dólares por hora a sus obreros y a restringir por presiones sindicales la apertura de plantas en el extranjero, en tanto sus competidores introducían vehículos más eficientes y más baratos al mercado norteamericano.
Hoy en día los estadounidenses prefieren adquirir los vehículos de procedencia japonesa e incluso europea debido a los precios, el servicio y la calidad de los automóviles.
Aun con los cambios planeados, General Motors fabricará cada auto con un costo mayor promedio de 1,500 dólares sobre sus principales competidores Toyota y Honda.
Pocos se explican, pues, el excesivo apoyo del Gobierno Federal por más de 30 mil millones de dólares, adicionales a los 19 mil millones aportados en meses pasados. También el Gobierno de Canadá aportará 9,500 millones de dólares al rescate de GM.
Obama dijo que con el plan de reestructuración surgirá una nueva General Motors que producirá vehículos más compactos, eficientes y de mejor calidad.
Pero lo cierto que GM será en el futuro más pequeña que la empresa Ford, quien dicho sea de paso se ha defendido de esta crisis automotriz sin recurrir a la ayuda federal.
Por ello las reacciones en contra de la Administración Obama no se han hecho esperar por haber destinado enormes recursos de los contribuyentes a una compañía ineficiente que no se modernizó ni pudo sacudirse de su glamoroso pasado.
Las críticas del sector privado han ido de menos a más al grado de comparar la terquedad de Obama por salvar a General Motors con la obsesión de George W. Bush en contra del terrorismo en donde derrochó millonadas en dos guerras que todavía no se explican.
Más fácil hubiera sido dejar a GM rascarse con sus propias uñas como lo hacen millones de empresas en Norteamérica todos los días y a lo largo de los años.
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