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COMENTARIO PURA VIDA

GABY VARGAS

"Carla, veme a los ojos. Respira hondo y puja lo más fuerte que puedas. En esta contracción nace tu bebé". Eso le decía el doctor a nuestra hija, mientras Pablo y yo, ubicados en un punto estratégico del cuarto, mudos y quietos como muebles, con el sentir del tiempo suspendido, nos apretábamos la mano hasta quedarnos sin circulación.

Aclaro que asistimos al parto por invitación específica de Carla, autorización del doctor y del hospital, que se encuentra en Los Ángeles, California, donde viven. ¡Cómo se lo agradecimos! Ver el nacimiento de un bebé, de tu hijo o nieto, es una de las experiencias más intensas y maravillosas que puede haber.

Después de varios intentos -que en ese momento parecen interminables-, como un canto del cielo, escuchamos por fin el llanto del bebé que sale a la luz. El doctor lo coloca de inmediato en el vientre de Carla por unos instantes. Todos respiramos. Carla rompe a llorar y mira a su bebé con ojos de mamá que siente conocerlo y, al mismo tiempo, ansía reconocerlo. Lo toca con ternura, alivio, alegría y asombro. Después de tantas horas de esfuerzo y control, Toño, su esposo, la abraza y la llena de besos. Pablo y yo seguimos con las manos apretadas y el nudo en la garganta, viendo la escena paralizados y dando gracias a Dios en cada respiro.

El doctor corta el cordón, pasa el bebé a la enfermera, quien lo acuesta bajo la lámpara de calor preparada dentro del mismo cuarto.

"Mamá, por favor sigue al bebé", me dice Carla como si se lo llevaran al fin del mundo, y nada me llena más de emoción. El bebé tembloroso llora extrañado del nuevo ambiente en el que se encuentra. Por instinto, coloco mis manos sobre su diminuto cuerpo y de inmediato se calla. Quiero creer que siente consuelo. Palpo la grasita natural que lo cubre, así como el milagro y el calor de la vida misma. Segundos que no cambio por nada. Con pesar, le doy paso a la enfermera para que pueda realizar su trabajo.

Son las dos de la mañana y Pablo y yo, pasmados por la experiencia, regresamos en silencio al hotel. En el trayecto, junto las manos sobre mi nariz para aspirar la esencia suave y dulzona que me queda de la grasita de la piel del bebé. Huele a vida, a amor y a milagro.

Es un aroma que no se asemeja a nada. Viene a mi mente, la historia aquella de Patrick Süskind, El Perfume, e imagino lo que ese alquimista hubiera dado por lograr ese extraño, sabio y sutil perfume de la vida.

En silencio compartimos el orgullo de haber visto el valor, la fortaleza, la madurez de nuestra hija al convertirse en mamá por tercera vez. Es la realización de cualquier padre y madre. Es ver el fruto de años de esfuerzo, de educación y de formación. Es comprobar que todo lo que hiciste, lo que pasaste, lo que sacrificaste, vale la pena. Es ver que ellos, a su vez, forman una familia propia y asumen los retos que implica. Es agradecerle a Dios ¡por tantas y tantas cosas!

Para Carla esa noche comienza la batalla natural de cualquier mamá. La falta de sueño, las molestias post parto, el golpe de leche, la novedad para los hermanos, en fin... la vida misma.

"Pura vida...", me dice Pablo al término de nuestras vacaciones de Semana Santa en familia. Anduvimos en bicicleta, comimos helados, vimos jugar y pelearse a los niños, platicamos en las sobremesas, nos subimos a la montaña rusa y, lo más importante, vivimos una de las mejores experiencias de la vida: ver nacer a Mateo.

Ese día, compruebo una vez más, por qué en el mundo entero existen tantos monumentos a la madre y se celebra un día para ellas.

Felicidades y gracias a todas las mamás.

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