SE NECESITA MÁS GENTE BUENA
No cabe duda: hasta que lo vives, lo entiendes.
Estás recién operado en la cama de tu casa o de un hospital, tan débil o con tantas conexiones que no puedes cambiar de posición, ni siquiera acomodarte la almohada; o bien, es tu hijo, tu hermano, tu papá o tu mamá el que está enfermo al grado de depender de alguien para realizar las funciones básicas de un ser humano; es ahí y sólo ahí, cuando volteas a ver la importancia de un personaje que has ignorado por completo, me atrevo a decir que quizá hasta has desvalorizado su trabajo: la enfermera.
Esto precisamente fue lo que me sucedió. Mi admiración por la profesión comenzó cuando vi el trabajo tan dedicado que las enfermeras realizaban por Rodrigo, mi sobrino de 17 años que durante tres meses que escapó de la muerte en cada instante; entonces fui testigo de lo que su trato y paciencia influyeron en su rehabilitación. El doctor es el que receta y la enfermera es la que cura. Después, al ver cómo la vida de mi mamá que cuidaba día y noche a mi papá con Parkinson, empezó a afectarse, y saber lo que un enfermero hizo por la calidad de vida de ambos, valoré y aprecié más su trabajo.
Es un hecho: tarde o temprano todos necesitaremos de los cuidados de una enfermera, directa o indirectamente. Sin embargo, preocupa saber que a pesar de que la OMS recomienda tener un mínimo de 84 enfermeras por cada 10 mil habitantes, en México ¡hay sólo 19! Esta cifra es cierta para las zonas urbanas, pero en las zonas rurales tan sólo hay 1.5. Se necesita más gente buena. La sociedad no estamos valorando su trabajo; y las pocas enfermeras que se reciben, se van a Estados Unidos en busca de un mejor salario.
Piénsalo. En verdad se requiere tener vocación para interpretar las señales de un paciente, para entender su estado de ánimo bajo el estrés de la enfermedad, bañarlo, limpiarle las heridas, vigilarlo durante la noche, o bien, ayudarlo a lidiar con la enfermedad o con su muerte.
Escucho el testimonio de Rosy, una mujer indígena de Los Altos de Chiapas, que con esta vocación en los huesos, decidió dejar a su hijo de nueve meses al cuidado de su esposo y su mamá para venir al D.F. a estudiar enfermería durante cuatro años en el Instituto Marillac, y así ayudar a su comunidad. Sólo regresaba a su pueblo dos veces al año.
"Aquí es muy difícil hablarles en español -nos narra Rosy-, tenemos que hablar en nuestro dialecto para poder explicarles lo que se les va a hacer. A veces me voy de un mes a 15 días, porque son comunidades muy lejanas. A veces nos lleva hasta dos días llegar a la comunidad, caminando... la mitad en carro. Hay comunidades que no conocen una enfermera, que no saben lo que es una pastilla, no tienen servicios de salud".
Veo sus ojos al narrarnos su historia y noto cómo la bondad toma forma.
La causalidad me llevó a conocer el Instituto Marillac y a las Hijas de la Caridad que desde hace 60 años forman enfermeras éticas y con gran sentido humano. Un grupo de amigos formamos un patronato para apoyar y donar becas a mujeres como Rosy. Posteriormente las estrellas se alinearon y conocí a Xavier de Bellefont director de axa seguros, a quien después de conversar le propuse nos apoyara. Nunca imaginé su gran respuesta y el grado de compromiso y responsabilidad que la empresa tiene al tomar a las enfermeras como causa social.
A nombre de las futuras enfermeras, por ti y por mí, sirva esta columna para agradecer a AXA el apoyo que le da a México. Como dice su slogan de campaña: "Ayudando a una, ayudas a muchos".