Hasta hace poco tiempo pensaba que una infancia feliz era importante para tener una edad adulta, también feliz.
Por eso, cada vez que hablaba de mi niñez, lo hacía recordando sólo buenos momentos, que fueron los más, porque, aunque nunca hubo de sobra, mis padres se encargaban de que nada faltara en la casa.
Nunca nos sentimos menos por usar ropa común, nada de marcas ni lujos, ni tampoco envidiábamos lo que otros tenían. Casi todos, como diría Papicuano (Jefe de la tribu Kikapú), éramos iguales.
Pero leyendo a Jorge Bucay, encontré que en ocasiones esa forma de felicidad, nos condiciona y vuelve comodinos, de manera tal que puede ser que no seamos capaces de sobrevivir, porque nos acostumbramos a que todo nos sea dado.
En un texto de su libro: "Las tres preguntas", Bucay dice: "Un congreso sobre pedagogía y matrimonio, realizado en Francia, en el año de 1894 dejaba entre sus conclusiones, la aseveración que sigue:
En estos difíciles días, para la familia y el matrimonio, de finales del siglo (XIX), las parejas que tienen niños a su cargo se encuentran tan inseguras de sí mismas y tienen tanto miedo del futuro, que tienden a proteger obsesivamente a sus hijos de cualquier problema que puedan tener.
Pero es necesario alertar de que esa tendencia es muy peligrosa, porque si los padres hacen esto con tamaña pasión, los hijos, nunca van a poder aprender a resolver los problemas por sí mismos.
Si no somos capaces de revertir esta actitud, tendremos, hacia fines del siglo XX, millones de adultos con el recuerdo de infancias y adolescencias maravillosas y felices, pero con un presente penoso y un futuro lleno de fracasos".
En esa tesitura, no sé cómo no fracasamos, si fuimos jóvenes consentidos, en la medida de las posibilidades.
Educados con la firmeza de padres generosos y en cierta forma protectores, que nos dieron los rudimentos básicos para salir adelante.
Pero, a la luz de las ideas transcritas, resulta que estuvimos en riesgo de fracasar, y se puede decir, que viajamos por la vida, de oídas, sin pautas ni aprendizajes previos. Crecimos, como diría mi madre: "A la buena de Dios" y quizá eso nos salvó.
Por lo leído, otros jóvenes, que crecieron con carencias o de plano, en las calles, resultaron al final de cuentas más preparados que nosotros, para esta vida.
Ellos son fuertes y saben sobrevivir en un medio hostil, porque superaron las dificultades de la vida con éxito.
De ahí que lejos de tenerles por infelices, ellos a la postre resultaron ser aún más felices que uno, porque conocen el valor de esa felicidad.
Son los jóvenes que tuvieron que abandonar sus casas a temprana edad y buscar la forma de salir adelante ellos solos.
Los que tal vez, en sus casas fueron maltratados y no queridos, los que crecieron entre brujas y no entre hadas madrinas.
A los que les fueron negados, muchos de los pequeños privilegios que nosotros recibimos y con todo y todo, hoy son hombres o mujeres de bien.
Si ya desde finales del siglo XIX se avizoraba y discutía esa situación, no sé por qué no advirtieron nuestros educadores que a los hijos hay que educarlos "con un poco de hambre y de frío", para que sepan el valor de la comida y el abrigo.
El mismo Bucay afirma: "En el mundo en que vivimos, la nueva tarea de los padres es enseñar a sus hijos a crear y construir sus propias herramientas.
Conseguir que sean capaces de fabricar su propia caña, tejer su propia red, diseñar sus propias modalidades de pesca.
Y, para eso, lo primero es admitir que... enseñarles a pescar cómo yo pescaba no va a ser suficiente y quizá ni siquiera sea útil".
Si tendemos simplemente a repetir modelos, lo más probable es que para cuando ellos tengan necesidad de aplicar esos modelos a su problemática, los modelos resulten anacrónicos, porque el conocimiento se duplica ahora cada cinco años y en nuestro tiempo se daba en veinte.
Poco o nada sabemos ya nosotros de las formas de comportamiento de las nuevas generaciones que, por principio de cuentas, crecieron en la era de la cibernética, cuando las nuestras crecimos jugando al trompo, al balero y con trenes hechos de lata, así como con los carritos de valeros.
Adecuarse a las nuevas formas implica todo un cambio de mentalidad.
Por principio de cuentas, debemos admitir, que no siempre los jóvenes felices, son aptos para sobrevivir en este mundo, así como que, de niños con infancias difíciles pueden surgir personas de mejor calidad que aquellos que lo teníamos todo.
Demos gracias a Dios de no haber naufragado en la vorágine del mundo actual y de que mal que bien, hemos llegado hasta aquí sin traumas (eso creo) ni mayores contratiempos.
Con el paso del tiempo, creo que esos factores se han acentuado aún más, porque en el contexto actual, los niños y jóvenes no se conforman con lo que los padres les puedan dar, sino que exigen determinados satisfactores para sus necesidades.
Ya no aceptan una camisa cualquiera, ni unos tenis de cualquier marca.
Quieren los juguetes más sofisticados, comúnmente, los computarizados y en otra edad, no admiten cualquier coche, quieren los más comunes entre los chicos de su edad. Por lo demás, "hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".