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Consideraciones inevitables

Las laguneras opinan...

MUSSY UROW

En menos de dos semanas los mexicanos padecimos una crisis más, ahora en la forma de un virus inédito en el planeta Tierra cuyo nombre cambió de "Influenza Porcina" a "Influenza Humana" (y que muchos locutores de radio y televisión siguen llamando "Influencia") o "virus AH1/N1", pasando en el lapso por alerta sanitaria, emergencia y /o contingencia. No hay duda de que el idioma español es rico en sinónimos.

Fuera de las bromas que inmediatamente empezaron a surgir, desde la Red con lo de la "Cumbia de la Influenza" hasta el pitorreo en algunos noticieros televisivos, es indudable que la amenaza fue real y seria. Quien lo ponga en duda quedaría, por lo menos, como un necio y además, ignorante.

Como dice un refrán muy mexicano, "el miedo no anda en burro" y por mucho que se critique a las autoridades, en esta ocasión resulta evidente que actuaron con responsabilidad y firmeza. Una emergencia, según el diccionario de la Real Academia, "es un suceso inesperado, un accidente que sobreviene" y una contingencia es "posibilidad de que una cosa suceda o no suceda." Las medidas, que a muchos parecieron demasiado drásticas, fueron necesarias mientras se conocía la peligrosidad del virus; además, sólo así se logró que, por lo menos la mitad de la población mexicana, tan inclinada siempre al "sospechosismo" y a la duda, acatara las disposiciones. (Si por algo le estaremos agradecidos a Santiago Creel, será por la creación de ese útil adjetivo.)

Paralelamente a las medidas, surgen entonces las diferentes actitudes: la de los alarmistas que se van inmediatamente al extremo; la de los "sabelotodo", que "oyeron que dijeron" y que hay que "tomar vitamina C, tener tal antivirus, vacunarse contra influenza X, que al cabo te protege", etc, etc. Y por otro lado, los escépticos aferrados que no creen en nada, "no pasa nada, son pruebas del Gobierno a ver qué tanto nos pueden controlar y asustar." Y aparecen también las comparaciones, a las que son tan afectas muchísimas personas: "A ver, ¿y por qué no hacen nada por los indígenas que se mueren en mayor número por diarreas, neumonías o deshidrataciones todos los días en las Sierras de Puebla o la Tarahumara? ¿Por qué ahí no hacen ese despliegue de alertas sanitarias?"

También hubo oportunidad de observar el grado de solidaridad dentro de la misma población: quienes aprovecharon para vender tapabocas, geles desinfectantes, toallitas antibacteriales; o quienes decidieron no cerrar sus negocios para no perder ventas.

Sin embargo, en más de la mitad de la población, privó el sentido común; al menos en lo que pudimos ver por televisión y en nuestra propia ciudad, las calles se vieron desiertas y la mayoría de los comercios cerrados.

Como en cualquier situación que altere la normalidad de la vida, inmediatamente sentimos acotada nuestra libertad: se suspenden las clases, no se puede ir al cine, ni al estadio, ni a un museo, se clausuran centros comerciales, restaurantes, espectáculos. Se limita el "modus vivendi" de muchas personas. Nos damos cuenta entonces de que la verdadera felicidad la tenemos cuando todo es normal y podemos ir y venir, hacer, trabajar, viajar, descansar a nuestro juicio y ritmo particular.

Otro aspecto a considerar, inevitablemente, fue la reacción de algunos países ante la experiencia de México: sencillamente increíble. Duele comprobar que no somos "monedita de oro" en muchos rincones del mundo, (por algo será) en especial países a los que sentíamos "amigos": Cuba, Chile, Argentina, Colombia. En cambio, el importante apoyo, en recursos y actitud de nuestros vecinos del norte es de agradecer; después de México, Estados Unidos presenta el mayor número de casos, y en ningún momento se suspendieron vuelos entre los dos países ni se cerraron fronteras. El caso de China merece un análisis especial, y por lo menos, una respuesta más enérgica por parte de nuestro Gobierno y de la OMS.

El miedo puede justificar muchas acciones, pero el colmo de todos los ingratos, discriminatorios y paranoicos fue Haití: el país más pobre de América Latina, pero eso sí, muy digno, se dio el lujo de rechazar 70 toneladas de arroz, maíz y frijol que México le regalaba porque podrían estar contaminados

En fin, que a pesar de la firmeza y prontitud del Gobierno Federal para controlar la propagación de un virus que podría haber sido catastrófico, algunas autoridades, incluidas las de la Ciudad de México, no resistieron la tentación de utilizar la crisis para autoelogiarse y hacer campaña. Tristemente, en este aspecto, la clase política mexicana sigue siendo "genio y figura."

La notoria fatiga de las autoridades ha disminuido notablemente su capacidad para tomar decisiones después de la etapa crítica; eventualmente tendrán que dar marcha atrás a los 2.25 metros de distancia entre una mesa y otra en restaurantes, filas vacías en cines y teatros y otras poco realistas o pragmáticas disposiciones.

Y aunque la contingencia haya amainado, no significa que el peligro ya no existe. Las medidas higiénicas se deben adoptar como regla general, en las casas, instituciones educativas, medios de transporte público, restaurantes; mínimamente ayudarán a paliar los brotes "normales" de diarreas, deshidrataciones, neumonías y otras infecciones.

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