Está generalmente aceptado que las crisis son efecto de la sobreproducción. Uno pensaría que debería ser lo contrario: si sobra la producción, el consumo obligadamente estaría ampliamente cumplido, nadie debería sufrir hambre.
El hecho y sus efectos son más complicados. La producción no corresponde a un deseo de satisfacer el hambre mundial, sino de lograr su venta, y aunque mucha gente trabaja en la producción y consumo de valores de uso, mayor cantidad invierte para acumular capital, además de satisfacer necesidades primarias. De ahí surgen más complicaciones. Son los excedentes de la producción los que se capitalizan, salidos de sobreexplotación de recursos naturales y humanos: trabajo no pagado, bienes convertidos en dinero acumulable.
Esta forma de acumulación lesiva para el equilibrio de la vida y que se transforma en voracidad sin límites, marca diferencias económicas sociales y políticas dentro de una sociedad, ahora globalizada y en competencia inaudita.
La contradicción no es sólo entre explotadores y explotados individuales, sino guerra a muerte intra e internacional. Si alguna fama se conseguía anteriormente por la calidad de los productos, ahora el mercado está lleno de artículos chatarra apoyados por mercadotecnias de choque, enajenantes, mentirosas, pero efectivas, porque también las personas no enfatizan el desarrollo de su propia calidad, sino de una apantallante demagogia discursiva y de falsa postura que sobrecoja a quienes le rodean, también competidores.
Ocurre que no se puede acumular lo que no existe y que los bienes acumulables son finitos. Luego, la mayor acumulación exige la menor cantidad de poseedores y la mayor de desposeídos. Llegan momentos de desproporción tales, que la sobrepoducción de mercancías no tiene mercado.
La mayor parte de los consumidores, empobrecidos, no puede pagar los precios de aquéllas, entonces no hay que producirlos, mientras poco a poco se van alejando los almacenados. Es claro que la cadena de producción se altera perjudicialmente; no habiendo flujo, no hay ganancias.
Recursos para perder menos: subir precios y desemplear la mayor parte posible de mano de obra. Si la crisis es profunda y larga, todo mundo sale perjudicado: los grandes capitales, la Banca, la producción agrícola, pesquera, minera, metalmecánica, habitacional, médica, la educación, los servicios, etc. Durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, se han presentado crisis mayores o menores, más o menos amplias.
Me pregunto si México las ha observado suficientemente y ha medido su desfavorable posición frente al juego de países más desarrollados, porque administraciones van y vienen y la situación interna se agrava
Que el capital venga de donde venga y como quiera que se haya adquirido domina la escena gubernamental para su propio beneficio. Que el ciudadano tiene menos garantías y más inseguridad.
Si seguimos consintiendo el enfermo sistema de acumulación capitalista puede llegar el momento en que no haya nada que comprar, aun por quienes tuviesen dinero; tal es la depauperación y el despilfarro de bienes naturales y humanos.
Van quedando pocas personas fieles a sus prójimos, a su patria y cultivadoras de sus propias mejores cualidades. La mayoría chaquetea con impresionante velocidad de un bando a otro lo que supone una endeble construcción interna, horizontes de borrosa preferencia y un presente difícil de amar, por consiguiente, también de defender.
No sabemos si la decadencia imperial norteamericana nos mostrará a los mexicas una mejor cara, o si su sujeción a, o sus complicidades con los imperios asiáticos abrirán las puertas de México -o de Latinoamérica- que hoy señorea, a mayores explotaciones que alivien sus descomunales deudas.
No he sabido de alguna declaración sobre este punto, ni hablada ni escrita, pero deberíamos agudizar nuestro enfoque sobre el problema.
Asia cuenta con mano de obra suficiente para solventar sus necesidades productivas, así que es de suponer que más que buscar mano de obra va a buscar territorios.
De hecho ya tienen puesta la mira en el Continente Africano, ¿por qué no debería apetecerle Latinoamérica, sobre todo los territorios más ricos y menos desertificados?. Urge a nuestro pueblo educación mayor y mejor, servicios, empleos.
Urge el desarrollo físico, mental, económico, político, cultural; no desperdiciar el tiempo ni las inversiones en Humers, castillos senadurescos, consagración de monopolios, en fin, en oropeles que nada aportan al buen desempeño ciudadano ni gubernamental.