“...Si el odio destruye, el amor, por el contrario, construye”. Palabras de Juan Pablo II incluidas en la presentación del Decálogo de Asís para la Paz en el 2002. Palabras que nos dan una gran luz para tratar de entender las agresiones que viene sufriendo nuestro suelo patrio, en esta ocasión como daños irreparables al patrimonio arqueológico albergado en el Parque Museo La Venta, en Villahermosa, Tabasco en donde tres individuos provocan daños permanentes a una colección de piezas monumentales de la cultura olmeca.
Quienes hayan nacido después de 1970 difícilmente habrán conocido las estampillas de cuarenta centavos con la cabeza colosal olmeca contra un fondo anaranjado, franqueo postal terrestre. El día cuando tuve oportunidad de colocarme frente a la cabeza que me era familiar por los timbres postales, sentí una reivindicación con mi pasado histórico. Aún cuando yo nací en el norte del país y dicha cultura prehispánica se extendió hacia el sureste, de cualquier forma sentí que mis abuelos indígenas me miraban fijamente a través de los ojos saltones de aquella mole de color gris pardo; todas las ilustraciones de mis libros de Historia de México adquirían una dimensión personalísima frente a las piezas originales que los ilustradores copiaron con esmero. Algo similar me pasó cuando siendo niña acudí por primera vez al entonces recién inaugurado Museo de Antropología de la Ciudad de México y conocí el Calendario Azteca. No olvido aquel viaje familiar de emergencia que emprendió mi señor padre cuando su retoño –ahora yo- había decidido a los nueve años cambiar de nacionalidad; con particular urgencia me llevó a presenciar el desfile del 16 de Septiembre desde el Hotel Majestic, justo frente a Palacio Nacional, “para que apreciara la grandeza de mi país”, palabras suyas que nunca he olvidado; es un fragmento de mi propia biografía que da cuenta del amor a la historia que imbuyeron en mí desde pequeña padres y maestros, y que posteriormente me permitió comenzar a entender mis propias raíces.
Partiendo de este proceso primero familiar y luego escolar, de aprender a amar nuestras raíces, podemos concluir que los vándalos que dañaron la colección de piezas del Parque Museo La Venta jamás anhelaron pararse frente a las colosales cabezas y sentir el pálpito de la historia; habrá entonces que adjudicar sus acciones al desconocimiento de lo que estas piezas representan y han representado para todos los mexicanos. Pero sobre todo habrá que atribuirlas, como ya lo dijera Juan Pablo II, al odio destructor.
Correspondería entonces preguntarnos qué origen tiene ese odio destructor, qué ocultas fuerzas del mal llevan a un sujeto a sentir gratificación cuando atenta en contra de algo o de alguien. Se percibe que existe un vacío interior muy grande que el individuo busca llenar con cualquier elemento que le haga sentir vivo, en este caso con actos vandálicos en contra de piezas arqueológicas, pero igual pudieron haber sido fachadas; ventanales; vehículos, o cualquier otro bien mueble que implique propiedad ajena. Entonces la satisfacción está en afectar a alguien en sus propiedades, en sentir que por diez o veinte minutos controla, domina, y decide el destino de objetos o de personas; es un ansia de empoderamiento por la vía obtusa de la destrucción.
Paz, respeto, estima, solidaridad... Palabras contenidas en el Decálogo de Asís y que tanta falta nos están haciendo en nuestros tiempos. Hoy en día se enarbola la palabra para dar un discurso cargado de buenas intenciones... que no queda más que en eso, muy alejado de acciones que conduzcan a cambios sociales verdaderos. Vivimos en un mundo de incoherencias en donde prevalece un divorcio profundo entre la palabra y la obra; entre lo que marca la ley y lo que cada cual cumple, empezando por la misma autoridad que dicta o hace respetar la ley para otros.
Estamos protagonizando realidades fragmentadas, como un espejo que se ha roto en mil pedazos, de suerte que cada pedazo refleja una misma realidad desde muy diversos ángulos, distorsionando lo que sería la verdad última.
La paz sin justicia no es verdadera paz: Un corazón vacío no puede albergar anhelos de justicia, como tampoco estará en capacidad de aspirar por tener la paz consigo. Necesitamos construir una sociedad que sepa reconocer la dignidad de cada individuo; dispuesta a velar por los derechos de los más pequeños y de los más pobres. Una sociedad que cuide sus raíces antes de pretender extender las ramas contra el viento, una sociedad tan fuerte, que no tenga miedo de amar. Las primeras lecciones, como palomas, moran en las manos de adultos valientes que no temen bajo ninguna circunstancia comprometerse con el bien y la justicia para todos.
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