Son las 6:15 de la mañana en la ciudad de Puebla de los Ángeles, a pocos minutos de que rompa el silencio la primera de las miles de campanadas que se dejan escuchar de las más de trescientas sesenta y cinco iglesias que existen en esta ciudad capital del Estado de Puebla; me escapo desde mi habitación al Centro de Negocios del hotel para iniciar esta columna, al encender la luz despierto intempestivamente al guardia de seguridad quien luego de disculparse de una u otra forma por ser sorprendido en ese estado, procede a retirarse...
Éstas han sido unas vacaciones singulares en compañía de mis hijos preuniversitarios, hemos venido recorriendo una serie de instituciones de educación superior que imparten las carreras que ellos desean seguir; ha sido una semana de explorar; de escuchar; de atender; de preguntar hasta la impertinencia; de tratar de capturar ambientes, cobertura de expectativas, riesgos y beneficios. Algunas veces como sucedió justo anoche, llegamos en rastras al hotel sin más aspiración que darnos un buen baño y echarnos un clavado entre las sábanas.
Después de tanta divagación personalísima algo me queda claro, México sigue siendo suelo privilegiado para el turista, tanto nacional como extranjero; sus opciones culturales y de convivencia con los oriundos de un lugar se abren para el visitante quien con una dosis de sensatez y un presupuesto no muy elevado, puede pasar unas buenas vacaciones conociendo diversos puntos de nuestro territorio nacional. Si me pidieran definir cuál es el mayor patrimonio que percibí a lo largo de este viaje que está por concluir, yo diría que es su gente; más allá de calles y avenidas; hermosas fachadas de piedra celosas guardianas de la historia de muchas generaciones; calles como vericuetos que se vuelven el reto cotidiano para sus habitantes; jardines sueñolientos por las tardes que invitan a no tomarse la vida tan en serio... algo que nos caracteriza a los mexicanos es nuestra calidez, puedo decir que en un buen número de universidades que visité acompañando a mis hijos ellos no encontraron mayor dificultad en obtener una cita telefónica casi inmediata con el coordinador de carrera, o en algunos de los casos fuimos debidamente atendidos aún cuando llegamos sin previa cita, simplemente al momento de solicitar información en ventanilla surgió la posibilidad de hablar con las autoridades escolares, y mis hijos recibieron plena satisfacción a sus demandas de información; en el caso de mi hijo quien pretende seguir una carrera científica, lo llevaron a conocer las instalaciones de los distintos laboratorios en donde se llevan a cabo las prácticas de las materias que habrá de llevar.
En el curso de la semana se dio a conocer a nivel nacional un análisis con respecto a la introducción de armas de fuego de uso militar a nuestro país, es lamentable corroborar una realidad que ya todos venimos palpando en el día a día de la delincuencia organizada, está faltando a nuestras autoridades migratorias ejercer un control de personas y mercancías que ingresan a territorio nacional. Como residente fronteriza con los Estados Unidos puedo decir que es muy distinto el modo de revisión que tienen autoridades norteamericanas para nuestro ingreso a su país, que el que tienen autoridades mexicanas para el ingreso a territorio mexicano. No es de extrañar entonces que logren introducirse grandes arsenales a nuestro país; de hecho no encontramos en las noticias un titular que diga: “Decomiso de armas provenientes de los Estados Unidos”, aún cuando sabemos que la gran mayoría de las mismas proviene del vecino país del norte. Dadas estas fallas migratorias y muchas otras que tienen que ver con el modo como la delincuencia organizada opera, es que México está mostrando cotidianamente su peor rostro al mundo, algo así como las figuras de los alebrijes, piezas artesanales de un bello colorido que son en nuestra cultura representaciones de las peores pesadillas de sus autores. Así estamos nosotros, mostrando un México con bellezas naturales incomparables; poseedor de monumentos y piezas arqueológicas que han asombrado a propios y extraños; una gastronomía para todos los gustos y a precios más que accesibles; música típica variadísima; artesanía que da cuenta de una gran imaginación para aprovechar materias primas que da la naturaleza y convertirlas en objetos únicos. Tenemos ciudades y pueblos que proporcionan un goce con simplemente recorrerlos y perderse entre callejuelas que parecen no tener fin... Poseemos una riqueza cultural que debe de ser nuestro orgullo, pero estamos saliendo al mundo dando la peor cara de todas; lo más grave, estamos en mucho privando a nuestros hijos de que conozcan y amen este suelo que les pertenece.
Cae la última campanada para misa de siete; parece que veo pasar presurosas a las señoras de edad, caminando de dos en dos rumbo a Catedral... algo sé, no todo está perdido en mi querido país.
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