Una buena parte de los mexicanos tenemos la marcada tendencia de comparar los productos, servicios y los estilos de vida de México y los Estados Unidos.
Esto resulta una práctica saludable porque en muchas ocasiones ha servido para solucionar problemas o mejorar servicios en uno u otro lado de la frontera.
Así tenemos que en México han mejorado muchísimo las carreteras, ahora se cuenta con autopistas de mejor calidad y bastante seguras, efectivamente son muy caras y todavía con muchas fallas, pero nada comparable a las que existían en el pasado.
Lo mismo en los servicios aéreos e incluso en el telefónico, aunque las tarifas son para espantar a cualquier ciudadano mexicano a pesar de que este último servicio es prácticamente un monopolio.
De Estados Unidos criticamos constantemente la falta de calidad en la atención humana, especialmente en el terreno de los restaurantes y hoteles toda vez que los meseros y chefs mexicanos se pintan solos.
Otro servicio cuestionado en tierra yanqui es el médico. La frialdad y poco humanismo de los doctores y asistentes en consultorios y hospitales es patético. Una enfermera comentaba en días pasados que caer en un hospital de Estados Unidos es una de las peores experiencias en estos tiempos tanto por la deficiente atención como por las enfermedades que ahí se contraen.
En los últimos años esta situación podría cambiar si se concretan los planes para la contratación masiva de enfermeras de América Latina y de algunos países asiáticos como Filipinas, ante el déficit del sector en los Estados Unidos.
Todo esto viene a cuento porque hoy queremos abordar un sector que muestra tremendas diferencias entre ambas naciones: el educativo.
En México la calidad de la educación es bajísima en prácticamente todos los niveles a pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años y de los grandes presupuestos que se dedican a este sector.
Quizás el principal logro en México de las últimas décadas es haber garantizado el acceso de los niños a la educación primaria y secundaria con todo y las limitaciones que existen en las áreas rurales.
Pero para ingresar a preparatoria existen muchos limitantes y no se diga en el ámbito universitario a donde sólo llegan unos cuantos privilegiados ya sea por su nivel académico, por su potencial económico o por sus conexiones políticas.
En Estados Unidos la educación primaria, secundaria y preparatoria es totalmente gratuita y todo niño o joven tiene su acceso asegurado sin importar su raza, nivel económico o académico, incluso para quienes no hablan bien el inglés.
Además se cuenta con maestros altamente preparados y con instalaciones de primerísimo nivel. Todas las escuelas son evaluados una o dos veces al año y los reportes son divulgados ampliamente entre la ciudadanía. Así se conocen a ciencia cierta cuáles escuelas son las mejores y cuáles adolecen de fallas.
En Norteamérica las juntas educativas regionales, integradas por padres de familia, maestros y profesionistas, son quienes dirigen la educación. No son los sindicatos ni tampoco una oficina de la capital del país.
Hoy en día existe temor de que el sistema educativo que tanto esfuerzo y dinero ha costado se venga abajo por problemas presupuestales. En California se recortará en universidades públicas el ingreso de nuevos estudiantes en un 40 por ciento, y desde hace dos años las primarias y preparatorias han sufrido severos recortes presupuestales.
Pero hasta el momento se han respetado los puntos sensibles del sistema educativo que permiten que todo estudiante por humilde que sea tenga acceso a la mejor educación en primarias, secundarias y preparatorias.
Y bien harán en no afectarlos porque cabe reconocer que con todo y algunas deficiencias, este sistema educativo permitió construir los cimientos de esta gran nación llamada Estados Unidos. ¿Cuándo haremos lo propio en nuestro México?