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Convulso letargo

RELATOS DE ANDAR Y VER

ERNESTO RAMOS COBO

Usted: usted colega ciudadano de a pie: usted que día a día oye de crisis, de desencuentros políticos, de crimen y sus consecuencias: ¿acaso usted no se encuentra harto? ¿No lo agobia el no progreso a usted, que es adepto al ahínco? ¿No es para el hartazgo este convulso letargo, esta película cíclica del nunca acabar?

Seguramente su respuesta será afirmativa, o será negación dubitativa y matizada. El estado de ánimo de todos es de desmoronarse; la circunstancia complicada; la percepción colectiva de no haber para dónde hacerse. Pero aprovechando el uso de la palabra en boga, intentemos no ahondar en catastrofismos.

El riguroso detalle de la problemática todo lo invade, todo lo satura con su carga adicional de morbo, así que mejor intentemos abrir la ventana para buscar algo de aire.

Una bocanada de aire para limpiarnos la vista: aquí hay tierra, aquí hay presente, aquí hay trabajo, aquí hay arraigo; aquí hay salud y futuro. Hagamos un alto y pongamos las cosas en contexto. No desesperemos hablando de Estados Fallidos o hundiéndonos en despropósitos. Nadie está libre de problemas.

Los nuestros derivan del hecho de ser dentro de las 15 mayores economías del mundo en términos de PIB, de nuestra envidiable ubicación geopolítica, del crecimiento poblacional y de la conformación misma de nuestra sociedad, de nuestras desigualdades y carencia. Problemas derivan de procesos históricos convulsos, y de un crecimiento acelerado, que se ha visto rebasado por cualquier planeación, cualquier posibilidad de contención por parte del Estado, un marco normativo desarticulado y de aplicación corrompida.

Y aún así, a pesar de nuestros enormes retos y problemas, somos una plataforma de progreso y de crecimiento. Aquí, en este país, todo continúa en construcción, y esa construcción cotidiana requiere del trabajo nuestro de todos los días. Y si esta particular etapa histórica es difícil, así han sido todas las anteriores, y así serán todas las que vienen; es simplemente una etapa más en la construcción de nuestra historia.

Pongámoslo en perspectiva: la empresa de construir soberanía es generacional, siempre en proceso, y la conclusión estado perfecto es simple entelequia. Los problemas siempre estarán allí, la pared en construcción siempre pendiente; tomar conciencia de lo anterior es imperativo.

¿Pero debemos entonces perdernos en aguas turbias y movedizas, y ver qué pasa? No. Es preciso sujetar las riendas.

Definir proyecto, planear a largo plazo. A mi considerar, la actual sensación de incertidumbre (la melancolía del hombre post-moderno) deriva de la ausencia de arraigo colectivo, de proyecto nacional que aglutine. Imperativo en el México de hoy esforzarnos en consensuar y clarificar una serie de proyectos nacionales (erradicar la pobreza, crecer en infraestructura, elevar nuestro grado de escolaridad, hacer respetar la Ley).

Si en realidad lo hiciéramos, sería un trabajo secundario -y más simple- el establecer acciones concretas que no obedezcan a intereses particulares, o a politiquerías de momento.

Todo lo demás sería consecución. Mas precisamos ya definir el dónde estamos, qué queremos, a dónde vamos; ¿cuál es el famoso destino de esta nación? Esas definiciones urgen desde ahora.

Adoptarlas brindaría perspectiva, y desde ella podríamos dar sentido a la realidad, y a la etapa histórica en la que nos encontramos. Y así poder dejar de sentirnos en convulso letargo. La película cíclica del nunca acabar.

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