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Crónica de Viaje / JERUSALÉN, LA CIUDAD SANTA

El famoso Muro de las Lamentaciones, al que acuden todos los judíos a pedir por la recuperación de su nación, y miles de turistas.

El famoso Muro de las Lamentaciones, al que acuden todos los judíos a pedir por la recuperación de su nación, y miles de turistas.

Ricardo Rubín

A Jerusalén se le considera la ciudad más santa del mundo, porque se dice que allí coincidieron los hechos más importantes de las tres religiones de mayor influencia espiritual: el judaísmo, el cristianismo, y el islamismo.

Para los judíos representa la herencia de su antigua nación y la promesa de un nuevo Estado: Israel; para los cristianos es la ciudad donde ocurrieron la crucifixión y la resurrección de Jesucristo; y para los musulmanes, el lugar desde donde se elevó Mahoma hacia el cielo para recibir la bendición de Alá.

Muchos creen que Jerusalén proviene de la antigua voz hebrea “Yerushalaim”, que significa “Ciudad de Paz”, pero es todo lo contrario, porque los dirigentes de las tres religiones mantienen una lucha constante por dominarla, imponer la supremacía de sus creencias, y sostienen hasta hoy una guerra cruel y abierta.

La historia de Jerusalén, desde un principio, es complicada, plena de guerrillas, invasiones, divisiones territoriales y sometimiento. Y así continúa.

El turista que llega a Jerusalén encuentra una ciudad que parece un mercado, llena de callejones abovedados y pasajes ocultos, escalinatas y calles empedradas tan estrechas que no caben en ellas cuatro personas que caminen una junto a la otra. El transporte de mercancías se sigue haciendo a lomo de bestias de carga, y por todas partes hay tenduchos donde los comerciantes pregonan su mercancía a voz en cuello y en media docena de idiomas. Es, porque no decirlo, una ciudad sucia.

Jerusalén está dividida en dos partes: la ciudad vieja y amurallada, donde están los tres lugares sagrados más visitados: el Muro de las Lamentaciones, el Templo del Santo Sepulcro, y la Mezquita de Omar. El más famoso de los callejones de esta parte de la ciudad es una serie de tramos en zigzag llamada la Vía Dolorosa, que arranca de la Puerta de San Esteban y traza la ruta que se dice siguió Jesucristo con la cruz a cuestas hasta el Calvario. Hay 14 estaciones simbólicas en esa ruta, y cada Viernes Santo los fieles recorren el estrecho callejón entonando cantos hasta llegar al Templo del Santo Sepulcro.

A poca distancia hay un muro de grandes bloques de piedra caliza, conocido ahora como el Muro de las Lamentaciones, al que llegan los judíos en el exilio de todo el mundo, para llorar y pedir por su Tierra Prometida. Muchos besan las piedras, otros están en respetuosa oración, y la presencia de turistas es a toda hora, de día y de noche.

A pie, en sólo cinco minutos, se llega a la Mezquita de Omar, que los musulmanes llaman el Noble Santuario, y que es el tercero en importancia después de la Meca y de Medina, en Arabia Saudita. El domo dorado del santuario refulge sobre una base hexagonal de azulejos verdes y azules, y se levanta sobre un amplio patio de mármol blanco. Está ubicado bajo el Monte de los Olivos y el Huerto de Getsemaní. Bajo la bóveda hay una gran roca gris, que se cree es donde Abraham se disponía a sacrificar a su hijo Isaac, cuando Dios le detuvo la mano.

La llamada ciudad nueva es lo contrario de la vieja, pues está llena de vida, centros nocturnos, cafés, hoteles, diversiones de todo tipo, y transacciones comerciales, ya que Jerusalén es un centro importante de venta de diamantes, y sus fábricas exportan distintos productos como zapatos, artículos de cuero, ropa y aparatos eléctricos. Esta parte de Jerusalén está a cierta altura, y desde allí se tiene un magnífico panorama del resto de la ciudad. Hay allí también hoteles, tiendas de antigüedades, cafés, y la calle principal, Ben Yehuda, es exclusiva para peatones por el gran número de comercios que hay.

La ciudad tiene otros atractivos: un parque zoológico, varios museos, el Santuario del Libro (donde se dice están los rollos del Mar Muerto), una gran universidad, un centro médico con todos los adelantos de la ciencia, y el monumento llamado Yad Vashem, levantado en memoria de los seis millones de judíos sacrificados en el holocausto, en la tentativa de Hitler de destruir al pueblo hebreo.

“Rogad por la paz de Jerusalén” reza una línea de un salmo escrito por el rey David, y que a menudo aparece escrita en las paredes de los edificios de la vieja ciudad.

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