Durante años he creído que López Dóriga es un robot ensamblado con auto partes nacionales. Parece tomar dictado de un chip que se atora con alarmante frecuencia. No es mi persona favorita. Pero en la reseña en vivo de la toma de posesión de Obama dijo algo sobresaliente y cito textual: “la presidencia mexicana queda como una presidencia municipal... ésta (la de EUA) es la verdadera presidencia imperial”. Podría interpretarse como un López Dóriga con un grave lapsus pro gringo. Puede ser. Otra opción, para mí más viable, es que esta frase fue el resultado de ver cómo en esta ceremonia se unieron quienes en meses anteriores se hicieron garras. Todos de la manita, anteponiendo la presencia del imperio a sus trinquetes personales, como diciendo: nos peleamos, pero al final somos quienes mandamos (la onda militarista estuvo más que presente en fondo y forma). Para el norteamericano promedio es una escenificación que da una sensación de solidez en momentos complicados. Por ello considero que López Dóriga tuvo razón. Si comparamos la toma de posesión de Obama y el muy penoso zafarrancho que padecimos con Calderón podemos ver cómo nos ubicamos como país. “Así es la democracia” dirán algunos. Pero ante los símbolos patrios no se cuadran los políticos mexicanos y a los pies de la bandera sólo hubo lugar para los cocolazos. Los símbolos son condensaciones de aspiraciones e ideales que trascienden las ambiciones y conflictos individuales. No hay nación sin himno, bandera y más aún, sin alguna canción que (como el cielito lindo o tantas otras) invoque a la patria y alimente la pasión por una tierra. Más allá del romanticismo son elementos de cohesión sumamente importantes. Tenemos todo que criticarle a Estados Unidos pero tienen su presidente (y su oficina) sus ritos e instituciones que muchos ven con un respeto que trasciende al pelado en turno. De ahí, se desprende una descomunal fuerza. Los gabachos se rodean de emblemas que transmiten como talismanes a todo el mundo: el despacho oval, las barras y estrellas, el air force one (que hasta su película farolona tiene). Y la mayoría muerde el anzuelo y se come las golosinas mentales del imperio. Son dos los palcos para observar: uno que ve con recelo todo lo que viene de Estados Unidos y otro que escrutina, analiza y toma nota. Tomo el segundo y pienso: ¿Qué hay de nuestra águila, allá solita, espinándose las patas y comiéndose a la serpiente (que debe saber a rayos) y que sólo ondea galante cuando gana (allá cada milenio) nuestra selección nacional? ¿Qué hay de nuestro himno, producto del amor patrio de un poeta y del coraje de su prometida que lo encerró hasta que lo acabara? Eso por hablar de símbolos. Porque en las personas se pierde rápido la fe. A Felipe la criminalidad se le salió del huacal, al Andrés Manuel se le terminó de botar la última tuerca y así con todos. Porque no volvemos a esas ideas más allá de lo humano, a esos colores y emblemas que nos recuerdan que ser ciudadano y estar unidos es algo más complicado de lo que uno cree, pero que puede lograrse. Jung, descubridor del inconsciente colectivo, menciono: “la vida es el punto de apoyo para la verdad del espíritu”. Eso me hace pensar que es algo en nuestro espíritu colectivo lo que está lesionado. Necesitamos sanar y el alma se cura con símbolos. Creo que es menester volver a ver los emblemas patrios para recuperar su potencia y con ello empezar a empujar con fuerza hacia delante. Que llegue un día en que veamos al vecino sin sentirnos menos y que estar orgulloso de México no duela.
PARPADEO FINAL
La crónica vuelve después de un mes sabático en la que se hizo que la virgen le hablaba. Casi le llego al puente Guadalupe-Candelaria nomás que la decencia de último momento me hizo volver a la razón. Va pues con mi saludo, un gran abrazo y mi correo:
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