PARAÍSO RECUPERADO PARPADEO FINAL
Otro martes de violencia en Torreón. Escucho sirenas y me escamo, el vecino clava un cuadro y yo pecho tierra. Soy de los nerviositos y este ambiente no me ayuda. En Torreón solíamos vivir en paz, pero cambiaron las reglas del juego ¿Cómo llegamos a esto? De a poquito, creo yo, un exceso tras otro, hasta que se desfondó el costal. Recuerdo que en marzo del año 94, yo le declaraba mi amor por teléfono a la orejona de mi salón cuando ella me avisó que le habían disparado a Colosio y de paso me bateó gacho. En esa temporada pensaba que ni México ni yo podíamos estar más mal. Quince años después, veo que tanto México como yo, sí podemos estar más mal. Y es que los mexicanos no terminamos de irnos a la goma, el país se degrada y no hay un tope a la vista. Por mi parte, desde los tiempos de la orejona han pasado muchas cosas: perdí la vesícula, me estropee el páncreas, eché panza, perdí piezas dentales y mi corazón terminó de fastidiarse y mal remendarse al punto que hoy está más luido que la gabardina de Cantinflas. Por cuestión de imparcialidad y justicia histórica debo conceder a la orejona mi primera rotura de corazón importante. A ella la conocí en un grupo especial al que fui confinado junto con otros tantos patanes que reprobaban todo y no se integraban al sistema escolar. Con los burros, pues. La orejona estaba en este grupo de renegados y lo primero que le vi, justamente, fueron esas maravillosas parabólicas que parecían escucharlo todo. Sucedió un proceso de impronta, a la manera descrita por el zoólogo Konrad Lorenz, que descubrió como los pollitos que salen del huevo reconocen a la primera persona que ven como su madre. En mi caso, siendo la primera chica que me miró a los ojos, pues me derritió. Devoto de la orejona, recorría el camino hasta la punta del cerro del Ajusco, donde ella vivía y controlaba mi acceso de pánico ante sus rottweiler guardianes nomás para verla. Díganme si no había amor. Un día, compré un perro de cerámica con peluche y literalmente, se lo lancé (esto es verídico). Quería conquistarla con mi sentido del humor. Estrategia fallida. Nunca logré enamorarla. El tiempo, hojalatero maestro, curó esas heridas que creí mortales y hoy mantengo correspondencia con mi siempre querida orejona, que tiene la notable habilidad de resolver sus conflictos hablando con el mar, allá en Playa del Carmen. Bendita ella. Bendito pasado, porque el presente está del nabo. Ya en la incredulidad total, viendo que políticos y autoridades no logran nada, suelo volver hacia las épocas donde subía montes y desafiaba perros terroríficos para disfrutar de una mirada. Ante tanta bronca y tanta muerte, pido disculpas: en el agotamiento me pongo cursi. Será el amor el que nos salve. A los hijos, a la familia, a la paz. Creer que las cosas se pueden arreglar es asunto de fe. Y la fe se caracteriza por no pedir pruebas. Basta tenerla. Nuestra realidad no ofrece muchas esperanzas para un futuro mejor. Pero, aún con los factores en contra, es justo creer que nuestro pequeño esfuerzo personal por llevar la fiesta en paz puede aportar algo. Ya lo dijo Breton: "En la jungla de la soledad, un luminoso gesto de apertura puede hacer creer en un paraíso". Es el amor el paraíso anhelado, perdido y con la suficiente fe, quizás, recuperado.
Hasta Obama se bota de risa. Recientemente en una entrevista declaró "si hace un año me hubieran dicho que mi problema más leve sería Irak no lo habría creído". Pues hoy le está lloviendo y gacho. Pero sabio él. Mejor una risilla, de vez en cuando que si no, nos vaciamos en lagrimones de cocodrilo.
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