Hace apenas una semana comentábamos que, a un año de haberse hecho cargo de manera oficial de la dirigencia del Estado cubano, Raúl Castro no parecía haber dado pie con bola. Ni había realizado las grandes reformas prometidas, ni se había sacudido la influencia de su hermano incómodo, ni se veía motivado a seguir un camino muy diferente el que habría recorrido Fidel en las mismas circunstancias.
Pero hete aquí que, para sorpresa de tirios y troyanos, hace un par de días Raúl decapitó a buena parte del Gabinete que le había heredado su barbón carnal. Y realizó unos reacomodos que tienen rascándose la cabeza a los que se dicen especialistas en escenarios cubanos. Aquí entre nos, el único especialista en esos menesteres es, precisamente, Fidel. Los demás mortales, especialistas o no, lo único que podemos hacer es especular qué rayos ocurre entre las dos orejas del Coma-Andante.
El anuncio (mejor dicho, las reacciones que suscitó) nos hizo recordar los buenos, viejos tiempos de la Guerra Fría, cuando un cambio por insignificante que fuera tenía que ser leído como augurio de cataclismos, y clave esotérica para tratar de entender los intríngulis de un sistema secreto, opaco y dominado por unos cuantos figurones.
Así, el anuncio de que salía la plana mayor cubana de Relaciones Exteriores y Economía, algunos analistas lo interpretaron como indicio ¡de la muerte de Fidel! Según sus razonamientos, Fidel jamás hubiera aceptado un despelote semejante mientras viviera. Y Raúl nunca mandaría a la banca a Pérez Roque sin contar antes con la plena autorización de su hermano.
Para otros, Fidel sigue vivo, pero incapacitado. Si ése es el caso, Raúl hizo bien en deshacerse de la vieja guardia que le debe más Fidel/idad al caudillo histórico que a nadie. En una futura pugna por el poder, más vale que esos resabios ya no cuenten con ningún poder práctico. Es mejor prevenir que lamentar, y la verdad es que Fidel se puede ir en cualquier momento.
Una tercera hipótesis apunta a que tal vez Fidel se ha resignado a no poder controlar los acontecimientos y le dio manga ancha a Raulito para que disponga las cosas según su mejor albedrío, teniendo las manos libres. Y claro, Raúl habría empezado descharchando a quienes le pudieran hacer sombra, olas y bulla.
Si se fijan, el viejo juego de adivinanzas tan típico de la Guerra Fría, cuando había que recurrir a la Tabla Ouija para saber qué rayos se traía entre manos el Politburó a la hora de andar jugando a las sillitas musicales. La cosa es que ya es 2009