Abundan los que creen necesario ir a Cuba antes del cambio. Acudir a ese parque de diversiones a experimentar lo distinto, en rueda de la fortuna, antes de rematar con comentarios sobre avances educativos, ausencia de libertades.
Lo menciono porque voy a Cuba de nuevo, después de tanto tiempo. En mi interior navega una expectación que traiciona. La posibilidad de ver verdades que destapen los ojos. La posibilidad de reencontrarme con mí mismo. La posibilidad de un impulso definitivo.
De inicio decir que había americanos en el vuelo; hordas. Habrá que revisar su estatuto. Fritos de emoción, fallecían tanto, que compraron visas de más por si el llenado erraban (?).
Y así, rodeado de un horizonte de nubes, sobrevolé el Estado de Puebla. Vino a mi pensamiento la ciudad de Tuxpan, donde barbudos abordaron el Granma hace más de cincuenta años.
Desde esos tiempos de la Sierra Maestra ha ocurrido tanto. La circunstancia que ahora mi avión lentamente se incline de derecha a izquierda, es metáfora movible de rumbo recto para entrar la Isla.
A esta dobladiza Isla de entrañable largura. Que barroca conserva su Lesama Lima, su afilador de cuchillos. Entrar en ella sin defender nada, sin recurrir al romanticismo obtuso. Aun cuando la emoción del Bolero, mansedumbre quieta hecha amor. Aún cuando atado a su historia de corsarios -el moro, ola sobre ola ¡todo lo rompa!
Simplemente ver, documentar, estar: el esgrimista boxístico de los cubanos; la boina gris presurosa a la cita, en tarde de viernes. La humedad de un horizonte de piedras.
Es entonces cuando el Caribe se abre cual espuma azulina. Y de la ventanilla surge un verde color tabaco, rojizo tierra, nublado noche: la bella Habana que mis pisadas espera.