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Cuidado con los cordonazos

Hora cero

Roberto Orozco Melo

Hace dos noches vimos por la televisión española el enfrentamiento del presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, con un centenar de españoles y españolas que lo cuestionaron por la crisis económica global y los remedios que va a poner en práctica para paliar sus nocivos efectos sobre las clases sociales protegidas y desprotegidas.

Alguien que también veía el programa habló a mi casa para preguntarme si creía que el presidente Felipe Calderón Hinojosa aceptaría hacer lo mismo ante la ciudadanía mexicana, sin que lo asistan los 73 asesores que Zapatero confesó tener. Respondí no, pero luego dije quizá, no sé, y aunque, podría aceptar el envite, ya que la audacia juvenil carece de topes y nuestro mandatario parece ser más joven que el gobernante de los españoles; entonces preferí dejar mi opinión en suspensivos.

Varios aspectos del debate nos llamaron la atención: la fresca, despreocupada presencia de José Luis Rodríguez Zapatero ante un mortificado grupo de cien personas decididas a incordiarle con franqueza sobre qué carajos era posible hacer contra esta crisis que a todos, en el mundo, nos fastidia en mayor o menor grado.

Los concurrentes al encuentro con Zapatero les preguntaron durante más de dos horas y él respondió lo que pudo y quiso. El pueblo español y su presidente parecen desconcertados ante la gravedad de la crisis económica, pero fiel a sus alianzas políticas y económicas internacionales ni atacó ni defendió a Estados Unidos y a George W. Bush. Se concretó a decir que nadie sabe, bien a bien, cómo y cuándo irá a concluir, ni qué tantos sueños y esperanzas se llevará de encuentro.

A otros mexicanos que vieron el mismo programa pudo haberles surgido -igual que a nosotros-, la tentación de comunicarse a Los Pinos para preguntar a don Felipe Calderón si aceptaría someterse a una sesión de cuestionamiento público sobre tantas dudas que hoy por hoy inquietan a los mexicanos, no sólo en estos días de prueba, sino desde otrora, allá por el año 1990 cuando a troche y moche soñaban gobernar al país el inefable Vicente Fox Quesada y su escudera Martita.

En diciembre de 1990 el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari firmó dos pactos que trascendieron al futuro: uno de carácter económico que signó el presidente con los sectores social y empresarial de la República, autorizando un incremento al salario mínimo, por una parte, y grandes alzas, por la otra, a los precios de los combustibles y a las tarifas de energía eléctrica, y otro convenio, protocolizado en 1993, se pactó con Canadá y Estados Unidos para el libre comercio y tránsito de productos del campo y otras mercancías entre los gobiernos de América del Norte. Ambos fueron convenios engaña-bobos, como siempre.

Las fabulistas de la tecnocracia económica mandaban en México a la sazón, ya que los gobernantes precedentes no pudieron encontrar un sistema que hiciera real y tangible la justicia económica y social del pueblo mexicano. Habíamos invertido casi un siglo para crear una economía de Estado que distribuyera la riqueza nacional con equidad, y así fue como concentramos en una gran burocracia todos nuestros recursos económicos para lograr esa meta.

Ocho años después aquellos doctores mexicanos egresados de Harvard dijeron que habíamos vivido noventa años en el error y que la verdadera fórmula del bienestar colectivo estaba en la economía global, en el libre mercado en la libre empresa, en la apertura a la inversión extranjera y en los tratados de libre comercio.

Ahora, casi a las puertas del centenario de la Revolución Mexicana y el bicentenario de nuestra declaración de Independencia, crucificados por la inseguridad pública y el TLC, que parece no haber funcionado, he aquí que nos invita el presidente Calderón a unir voluntades en otro pacto que mantendrá altos los precios de las gasolinas ofreciéndonos, a cambio, la chupaleta de bajar el precio del diesel después de alzarlo hasta casi alcanzar el valor a que se vende en los mercados internacionales.

Flaco favor hace a sus gobernados transportistas, agricultores, pescadores y automovilistas la esmirriada y poco cristiana preocupación panista por la pobreza. Están como para que el santo de Asís los castigue a cordonazos.

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