"Con un saco oscuro y una corbata, cualquiera, incluso un agente de bolsa, puede parecer civilizado".
Óscar Wilde
El doctor José Ángel Córdova se ha quedado sin corbata. El secretario federal de Salud emitió este domingo 3 de mayo una serie de recomendaciones para las empresas e instituciones que empiecen a reanudar sus actividades en los próximos días. Una de las medidas es evitar el uso de corbatas, que pueden ser reservorios de microorganismos.
El propio doctor Córdova apareció sin corbata en esa conferencia de prensa. En todas sus demás presentaciones públicas había siempre utilizado ese aditamento.
Yo no sé, realmente, si las corbatas puedan ser mayores reservorios de microorganismos que otras prendas. Me imagino que si alguien estornuda hacia abajo, algunos microorganismos puedan quedarse en las corbatas. Pero si uno no trae corbata, se quedarían en la camisa. Y si anda uno sin camisa, en el pecho.
En esta crisis de influenza, sin embargo, ciertos productos y aditamentos se han convertido en símbolos. La corbata es uno de ellos. Poco importa si realmente hay beneficios en usarla o no, lo importante es mostrar la preocupación por la epidemia.
Lo mismo ocurre con los cubrebocas, tapabocas o mascarillas. La mayor parte no son realmente eficaces para impedir infecciones. Su uso está indicado realmente sólo para quienes padezcan de una gripe y quieran evitar contagiar a otras personas a través de toses y estornudos. Pero las autoridades han seguido recomendando el uso de estos aditamentos en todos los casos. Un alto funcionario de la Secretaría de Salud me decía, de hecho, que el principal beneficio de las mascarillas es psicológico: "Hacen que la gente se sienta protegida y les hace pensar que están haciendo algo para combatir la epidemia".
Me imagino que esa misma actitud ha llevado al castigo a las corbatas, como a los cerdos con anterioridad y a los mexicanos en algunos países. No creo que alguien piense que evitar el uso de corbatas vaya a impedir una sola infección de influenza. Pero quitarse la corbata, especialmente en algunos círculos de negocios, es un símbolo muy fácil de compromiso en el esfuerzo contra el virus.
Yo soy el primero en mostrarme escéptico ante la posibilidad de que el despojarse de la corbata vaya a reducir los riesgos de infección. Pero me uno con entusiasmo a la campaña del doctor Córdova. En este momento estoy trabajando sin corbata y pienso mantener este atuendo durante varias semanas después de que se decrete el fin de la epidemia. (Pero ¿qué ocurrirá con los restaurantes que obligan a usar corbata?)
De hecho, creo que el secretario de Salud debería hacer una campaña intensa para promover la eliminación definitiva del uso de la corbata, aunque no sea realmente un almacén de virus y sea simplemente una superficie que conserva muestras de los alimentos que consumen los varones, especialmente los oficinistas.
El gran riesgo, sin embargo, es que recomendaciones como la de la corbata y el cubrebocas ayuden a fortalecer la paranoia que tanto daño ha causado ya. Medidas como la del Gobierno chino de aislar a visitantes mexicanos aunque no muestren síntomas de la influenza, la del Gobierno de Egipto de matar a cerdos que no tienen nada que ver con la epidemia o la de las agencias de viajes europeas que han cancelado vuelos a México, son consecuencia de este pánico.
Yo me beneficio en lo personal de la decisión de culpar a las corbatas de una epidemia de la que éstas no tienen culpa porque me puede liberar de esa molesta prenda. Mi gran miedo, sin embargo, es que estas decisiones puedan terminar llevándose de corbata a la economía nacional.
¿Por qué no hay más miedo en Estados Unidos a la epidemia de influenza? Una proyección de la Universidad Northwestern sugiere que a fin de mayo habrá unos dos mil casos en la Unión Americana. No parece gran motivo de alarma en un país con 300 millones de habitantes y 36 mil muertes anuales por influenza de otros tipos.