Debido en gran medida a la mentalidad cerril de nuestros políticos, que suelen pasarse la vida mirándose sus notorios ombligos sin entender (ni preocuparse por entender) qué pasa en el resto del mundo, nuestra vida pública tiene un defecto fundamental: que estando atados por geografía, historia y destino a los Estados Unidos, son pocos los esfuerzos sistemáticos (en la academia, en la clase política) que se hacen para entender a los vecinos. Para mucha gente (de todos los ámbitos), las únicas fuentes de conocimiento de la Unión Americana son: los viajes a fayuquear, lo que ven en el cine y los prejuicios rancheros casi-casi genéticos, aumentados a últimas fechas por el fracaso futbolístico de los Ratones Verdes en aquellas tierras. Lo peor es que sobra quien piensa saber de qué va la cosa en un país enormemente complejo a partir de tan elementales (y patéticos) conocimientos.
Por eso resultó doblemente grato que el presidente Calderón se refiriera a la Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana cuando, en la conferencia de prensa que realizó en compañía de su par norteamericano Barack Obama, tocó el delicado tema del contrabando de armas de allá para acá
Doblemente grato porque, en primer lugar, Calderón proviene (¡Es de Michoacán!, remember) de la vena más conservadora y católica del panismo: esa que ve en los Estados Unidos una entidad maligna, sajona y protestante, empeñada en destruir la base moral de México (suponiendo sin conceder que ésta ha existido alguna vez); defensores a ultranza de nuestra raíz hispánica; y recelosos de todo lo proveniente de países que no parlen lenguas romances; de ésos, en fin, que de los gringos no quieren saber ni la paridad peso-dólar. El que Calderón procurara entender los vericuetos y debates ideológicos norteamericanos que tienen que ver con la cuestión de las armas, ya va de gane: no se puede tratar un asunto bilateral sin comprender cuáles son las circunstancias del otro lado.
En segundo lugar, Calderón se curó en salud: quedó claro que sabe que el asunto de la compra y posesión de armas en Estados Unidos provoca grandes crispaciones, moviliza cabildeos impresionantes y tiene la capacidad de poner en pie de guerra a toda la derecha norteamericana, no sólo a la más reaccionaria y pedestre. Así que conoce los límites que enfrenta Obama, el cual no tiene mucho margen de maniobra; de hecho, en gran medida el morenazo es incapaz de impedir que los marchantes de armas le vendan lo que les dé la gana a narcos, delincuentes y hasta terroristas, siempre que estos últimos lleguen a comprar esa ferretería sin portar toallas en la cabeza.
Unos días después del décimo aniversario de la masacre de la Preparatoria de Columbine, Colorado, resulta evidente que muchas cosas referidas al amor norteamericano por las armas de fuego siguen pendientes y sin resolverse. Y sacamos a colación aquel trágico evento porque de esa matanza insensata surgió un intento de comprender el romance que el gringo promedio tiene con sus rifles, pistolas y escopetas: la película de Michel Moore "Bowling for Columbine" (2002).
En esa cinta, Moore se cuestiona por qué es tan fácil hacerse de armas letales en los Estados Unidos; por qué se defiende el derecho de poseerlas y portarlas con tanta pasión; y cómo se relaciona ello con el hecho de que su país sea el que tiene mayor número de muertos por arma de fuego de todo el mundo desarrollado. Para ello desarrolla una teoría muy elemental, que de hecho en la película es planteada con dibujos animados: el norteamericano común tiene miedo de todo y de todos: indios, negros, pobres, ricos, vecinos
La Segunda Enmienda es fruto de los compromisos que tuvieron que hacer los distintos grupos políticos cuando estaba naciendo la primera república moderna del mundo.
(Sí, allá hacían y hacen compromisos, no se dedican a grillar y destruir a las facciones rivales, llevándose entre las patas a la Patria, como acá).
Cuando se discutía la aprobación de la Constitución norteamericana, en 1787, algunos grupos desconfiaban de los poderes que pudiera llegar a tener el Gobierno Federal: temían que se pudiera pasar de un despotismo (el del rey Jorge de Inglaterra) a otro (el del Congreso y un Ejecutivo con pocos límites). A los federalistas se les quemaban las habas por aprobar la Carta Magna, temiendo que mientras más se atrasara el proceso, más vulnerable sería la joven república. Se llegó a un acuerdo: se aprobaría la Constitución rápidamente; pero los federalistas se comprometían a incluir en un futuro una serie de enmiendas que garantizaran las libertades de individuos y estados de cara al Gobierno Federal. Así, la Constitución fue proclamada en septiembre de 1787; y cuatro años más tarde, fueron aprobadas diez enmiendas, las que en conjunto son llamadas la Carta de Derechos (Bill of Rights). Constituyen una declaración de libertades ciudadanas, hijas notorias de las ideas de la Ilustración. Algunas son importantísimas como antecedente legal para el mundo moderno (la Primera, por ejemplo, garantiza la libertad religiosa y de conciencia), mientras que otras son fruto de los tiempos (la Tercera prohíbe que el Gobierno utilice casas particulares para acuartelar soldados sin consentimiento de los propietarios
Los cabilderos pro-rifles, insisten en que la Segunda Enmienda les da el derecho de comprar, tener y portar cuantas armas les dé la gana, y el Estado no podrá impedirlo. Por supuesto, se hacen de la vista gorda en relación a cuál era el objetivo de ese derecho en 1791 (el tener una milicia para defender al Estado). Pero de eso se han agarrado para coartar cualquier intento de limitar la adquisición y acumulación de armas por parte de cualquier ciudadano. Y como decíamos, el asunto puede levantar mucha ámpula en sectores de la sociedad que quieren más a sus rifles que a sus cónyuges.
Así pues, el Estado norteamericano tiene muchos problemas para regular lo relativo a las armas de fuego. El problema es que vienen terminando acá, matando mexicanos. Pero como se puede ver, el asunto presenta muchas aristas
Consejo no pedido para desarrollar puntería de apache zurdo: Vea "Elefante" (Elephant, 2003) de Gus Van Sant, interesante versión ficcionalizada de los sucesos de Columbine. Provecho.