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De la elocuencia a la eficacia

Héctor Faya Rodríguez

Se acaban de cumplir 10 días desde que Estados Unidos tiene nuevo presidente; de aquel momento en que, con un discurso de gran contenido, Obama prometió ayudar a construir un Gobierno que funcione para los ciudadanos comunes y un sistema internacional en base en la solidaridad. Su reto ahora ha sido pasar de la elocuencia a la eficacia.

Si bien es cierto que diez días no son suficientes para hacer un pronóstico de lo que será una Administración, lo que sí podemos decir es que Obama ha tenido un ambicioso comienzo y que está rompiendo claramente con la forma de hacer política de la Administración Bush. Ejemplos ya hay varios: la promulgación de la nueva Ley por la equidad laboral; la expedición de nuevas normas para la transparencia en la Casa Blanca; el establecimiento de límites a las empresas de cabildeo político; el duro regaño de Obama a los banqueros de Wall Street por su frivolidad; la cancelación de la prohibición al Gobierno Federal de ayudar grupos a favor del aborto; y el programa de fortalecimiento a sindicatos. Aparte de estos ejemplos, hay dos aspectos en los que vale la pena profundizar para observar la nueva cara del Gobierno: la economía y la política exterior.

El programa de recuperación económica frente a la crisis no tiene precedentes en las últimas décadas. De aprobarse por el Senado (ya fue aprobado en la Cámara de Representantes), aparte de su presupuesto formal, el Gobierno estaría invirtiendo 819 mil millones de dólares en este plan, lo equivalente a doce veces la deuda externa de México. Esto contrasta con políticas conservadoras del Partido Republicano inspiradas en la idea de que el Gobierno debe intervenir lo menor posible en la economía.

Los gastos aprobados serían aplicados principalmente para: duplicar, en tres años, lo que Estados Unidos ha logrado en 30 años en producción de energía renovable; extender el servicio de salud general, especialmente durante la recesión; disminuir impuestos a ciudadanos de bajos recursos; modernizar escuelas; y emprender el plan de mejoramiento de infraestructura más ambicioso desde 1950. Este programa, si es exitoso, creará o salvará entre 3 y 4 millones de empleos en los próximos 2 años.

En cuanto a política exterior, el presidente Obama ha dado varios mensajes claros. Dentro de estos primeros días llamó a los líderes militares de su país a preparar un plan para el retiro responsable de tropas estadounidenses en Irak; ordenó el cierre de la prisión de la base naval de Guantánamo, Cuba, en el término de un año; mandó suspender los juicios militares contra los detenidos, hasta una revisión completa de cada caso; y firmó un decreto que prohíbe torturar a los prisioneros de Estados Unidos en cualquier parte del mundo. Al revertir algunas de las políticas de Bush que generaron un gran sentimiento anti-estadounidense, Obama obtiene el efecto indirecto de desarmar, en cierto grado, a líderes como Chávez y Castro, quienes han construido parte de su capital político culpando a Estados Unidos del atraso de sus países.

Es particularmente interesante notar la noción de una nueva frase empleada por la Administración Obama: el “poder inteligente”. En la definición de Roger Cohen, columnista del New York Times, este término significa utilizar todos los niveles de influencia posible, ya sea diplomática, militar, económica, política, o cultural, para obtener los resultados deseables.

No me quedan dudas de la intención imperialista de dicha noción del poder, pero el claro propósito del nuevo Gobierno es hacer contrastar en el mundo diplomático esta nueva frase con el “poder tonto”, o “poder grotesco”, practicado por la anterior Administración.

No deja de llamarme la atención la entrevista de Obama para la cadena de televisión Al-Arabiya, con la finalidad de hacer llegar un mensaje de reconciliación al mundo árabe e islamita. “Estados Unidos ha cometido errores en el pasado”, dijo Obama en alusión a las políticas de la Administración Bush, al mismo tiempo de invitar a restaurar una pasada relación de respeto. Un acercamiento de esta naturaleza en nada borra el funesto papel de gobiernos anteriores en Oriente Medio, pero sí representa un mensaje de mayor honestidad. Las acciones, sin embargo, hablarán más de Obama, especialmente en relación a Afganistán, Irán, y el conflicto Israelí-Palestino.

En estos 10 días no ha habido gran diálogo entre la Administración Obama y América Latina.

Sin embargo, si de revertir políticas de Bush se trata, la V Cumbre de las Américas, a realizarse durante abril en Trinidad y Tobago, será una oportunidad única para lograr un acercamiento real entre el nuevo Gobierno de Estados Unidos y los países de la región.

Sería bastante contradictorio que no suceda así y que sigamos hablando de Estados Unidos, una vez más, como un país que pretende construir un mundo más estable, pero que ignora, al mismo tiempo, su papel como corresponsable en la solución de problemas multilaterales en su propio continente.

Comentarios: hf42@georgetown.edu

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