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De la vida misma

MIGUEL ÁNGEL RUELAS TALAMANTES

AHÍ ESTABA ELLA

Como escondida.

Permanecía callada en un rincón de la habitación en penumbras.

No nos quería recibir, no lo hacía con nadie desde hacía tiempo.

Habíamos llegado al lugar y preguntamos por ella, siempre alegre, entusiasta, llena de vida.

Al verla nos sorprendimos, ya no era la misma, estaba muy delgada, demacrada, y hasta nos pareció avejentada.

Ella, sin hablar nos miraba, aunque su mirada parecía estar en otra parte.

Más nos sorprendió, porque siempre, al vernos, había muestras espontáneas y simultáneas de afecto.

Esta vez no. Ella seguía inmóvil, esperando que nosotros tomáramos la iniciativa.

Y le dijimos:

En esta mañana hemos venido a verte, a invitarte a irnos por ahí, como siempre.

Siguió un silencio que nos pareció eterno, hasta que por fin nos dijo, con una voz triste:

La mañana será bonita para ti, porque para mí ya todo es lo mismo.

Anda, vamos afuera, para que te dé un poco el sol.

Ella ni quería contestarnos, no quería nada.

¿Te sientes mal, te sientes enferma?

Sí, estoy enferma de desilusión.

¿De qué?

Como lo oyes. De desilusión. Me entregué a los que quería, a los hijos, a los hermanos, a los amigos, y todos me pagaron mal, sobre todo cuando se fue acabando lo que tenía.

Suspiró, y fue tan profundo su suspiro que nos estremeció.

Pero tú has sido un roble, un ejemplo de fortaleza - le dijimos.

Y nos contestó: Ya no, no conoces las desilusiones, te matan, te acaban, sobre todo cuando has dado tanto, en cariño, en cuidados.

Poco a poco fue hablando de sus tristes experiencias. Nosotros la dejábamos hablar, y mientras más lo hacía parecía descansar un poco, hasta que llegó el momento en que hizo una pausa para hablarle a alguien de la familia y pedirle nos trajera un vaso de agua y algo de comer.

Has de andar con hambre -dijo. Y poco a poco volvió a preocuparse por alguien que éramos nosotros.

Su historia quizá sea la de tantas gentes que todo lo dan, que se entregan a plenitud y un día, cuando aparece la adversidad encuentran sólo espaldas que esconden caras y cuerpos que ocultan manos.

Así es la vida, diría doña María Castillo.

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