El otro día fui al mercadito de la Florida, en Monterrey. Me gusta mucho ir a ese mercado. La gente que ahí vende es gente buena, y es buena gente la gente que ahí compra. Yo encuentro cosas que me sirven mucho porque no sirven para nada. Compro una vieja pipa, aunque no fumo... Compro una moneda antigua, aunque no soy coleccionista de monedas... Compro el retrato desvaído de una muchacha de principios del pasado siglo, aunque no sé quién es...
Cuando llego a mi casa veo las cosas que compré e invento fantasías sobre ellas. La pipa perteneció a un rico señor que se arruinó. La muchacha es la mujer que lo amó en su juventud, y a la que él no desposó por ir en busca de riqueza. La moneda es lo único que al final quedó de aquel rico tan pobre...
Las cosas dicen cosas al que las sabe oír. Yo compro cosas que no sirven para nada. Ellas, agradecidas porque las compré, me cuentan cosas que me sirven mucho.
¡Hasta mañana!...
Un sexagenario se presentó ante el médico y se quejó de sentir cierta fatiga. Lo interrogó el doctor, y descubrió que el hombre hacía el amor todos los días. "Caso notable el suyo, señor mío -dijo el facultativo-, sobre todo tomando en cuenta que el término 'sexagenario' significa la mayoría de las veces 'ajeno al sexo'. Debo decirle, sin embargo, que hacer el amor diariamente puede ser peligroso para un hombre que está en los años sesenta de su vida". "Muy bien, doctor -se resigna el maduro señor-. Esperaré a estar en los setenta para volverlo a hacer todos los días". (¡Venturoso sesentón! ¡Seguramente eras de Saltillo, o bebías las miríficas aguas de esa hermosísima ciudad, capaces de levantarle el ánimo al más desanimado!)... El empleado de don Algón llegó a su casa antes de la hora acostumbrada, y encontró a su mujer en trato de erotismo con el salaz ejecutivo. "¡Qué agradable visita, jefe! -le dice muy contento el tipo al asustado don Algón-. ¡Seguramente esto significa que ha decidido usted hacerme socio de la compañía!"... Los mexicanos padecemos una epidemia grave. Comparada con ella la de influenza es leve enfermedad inofensiva. Esa epidemia es la política. Un extranjero que visite nuestro país pensará que aquí no hay carpinteros, doctores, plomeros, contadores, mecánicos, profesores, comerciantes ni escritores. Pensará que todos aquí somos políticos. Sobre todo en estos días de elecciones -sórdidos, costosos, mezquinos y fatigosos días de elecciones- la política se nos aparece hasta en la sopa. No podemos volver la vista a ningún lado sin ver la cara de una mujer o un hombre en busca de poder. Los medios de comunicación casi no se ocupan de otra cosa, y cotidianamente hacen la reseña detallada de los pedestres haceres y decires de los políticos. Y sin embargo, bien vistas las cosas, estos señores y señoras aportan poco al bien de la comunidad. No crean nada, porque en nada creen. La mayoría de ellos no son políticos en el sentido pleno y noble de esa vocación, que es la de procurar el bien común: son más bien politicastros que luchan por ingresar en el discreto encanto de la nómina, y que se afanan en no salir de ella, pues fuera del presupuesto vivirían en el horror. Desde luego esto que digo no se aplica a todos los políticos: se aplica solamente al 99.99 por ciento de ellos. Lo digo porque no me gusta hacer generalizaciones. La buena noticia es que por encima de esa privilegiada casta que tan gravosamente pesa sobre la economía de los ciudadanos está la gente; los hombres y mujeres que con su trabajo ganan honradamente el pan y hacen cosas que sirven a su prójimo -comida, canciones (que es otra forma de comida), zapatos, sillas, ropa, máquinas-, en vez de andar en trapisondas, trapicheos y trapacerías que no son de verdaderos políticos -éstos sirven en vez de servirse-, sino de inútiles y ambiciosos ganapanes. (¡Bófonos!)... Aquel proctólogo era muy práctico: siempre tenía preparado otro dedo para el caso de que su paciente quisiera una segunda opinión... Un profesionista joven le hizo cierto trabajo a un cliente, pero éste no le pagó los honorarios convenidos. Fueron inútiles las numerosas visitas y llamadas que le hizo para cobrar la cuenta. Por fin, desesperado, el muchacho le envió, para conmoverlo, un correo con la fotografía de sus tres hijitos, y un mensaje que decía: "Éstas son las tres razones por las cuales necesito que me pague". El moroso deudor respondió con otro mensaje, al cual adjuntaba la foto de una estupenda morena en bikini. Decía el texto: "Y ésta es la razón por la cual no le puedo pagar"... En la fiesta un individuo conoció a una linda muchacha. Le dijo: "Me llamo José Noel Casto". "Mucho gusto -responde con una sonrisa la pizpireta chica-. Yo soy María, no la virgen"... FIN