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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES MIRADOR

ARMANDO CAMORRA

Se cumplió un año de la muerte de don Eugenio Garza Lagüera.

Tuve el privilegio de conocerlo. A veces me invitaba a hablar en la Cervecería. Al terminar la reunión me acompañaba siempre hasta mi automóvil. Nunca he olvidado ese rasgo de fina cortesía.

Don Eugenio era un hombre de empresa. Pero era, sobre todo, un hombre bueno. Practicó valores que de sus padres recibió, y los trasmitió a sus hijos. Con su esposa, doña Eva Gonda, formó una familia ejemplar. Doña Eva, dama de fina sensibilidad, inteligente y bondadosa, fue la mejor consejera del compañero de su vida.

A un año de la muerte de don Eugenio brillan más sus cualidades. Recordarlo es evocar una de las mejores épocas de Monterrey, esa ciudad fincada en el esfuerzo de hombres cuya grandeza no los hizo perder su sencillez. Hombres como Eugenio Garza Lagüera, que fue, al lado de sus trabajadores, un trabajador más.

¡Hasta mañana!..

"Mi esposa me dejó". La muchachita que estaba a cargo de la sección de fotografía en aquella tienda de departamentos se quedó alelada cuando un señor de traje gris llegó a su mostrador y de buenas a primeras le dijo eso: "Mi esposa me dejó". No esperó ninguna respuesta el señor del traje gris. Siguió: "Se fue de la casa para irse con mi mejor amigo. Yo sospechaba desde hacía 10 años que ellos se entendían. El primer indicio de su engaño lo tuve cuando al llegar a casa cierto día los encontré en la alcoba. Estaban los dos sin ropa, y en la cama. Él yacía en decúbito supino, o sea de espaldas, y ella lo montaba. Pensé entonces que entre ellos había algo más que una simple amistad. Mis recelos se confirmaron una semana después. Volví a encontrarlos en la misma situación, pero en posición distinta. Ahora ella era la que estaba de espaldas sobre el lecho, y él sobre ella, en la tradicional postura llamada 'del misionero', que por ser tan ortodoxa y conocida no dejaba ya lugar a dudas. Salí de la habitación sin decir nada, pero con la certidumbre de que mi mujer estaba faltando a la fe que en el altar, de rodillas, me juró". La muchachita de la tienda oía con asombro aquella desolada relación. "Hace unos días -prosiguió el señor-, llegué a mi casa, y mi esposa ya no estaba ahí. La busqué por todas las habitaciones de la casa, incluso ahí a donde nunca iba, la cocina, y no la hallé. Por fin, sobre el buró, encontré un recado. Decía solamente: "Me voy". ¿Significaba eso que se iba? Así era, por desgracia: abandonó el hogar. Desde entonces vivo en soledad, amable señorita, sin más compañía que la de mis tristes pensamientos". La muchachita se inquietó. ¿Qué pretendía el señor del traje gris al hacerle el relato de sus penas? "Además -añadió el hombre- sufro de palpitaciones. Por la noche me despierto bañado en sudor frío, y siento que el corazón me va a estallar. También padezco de gastritis, que se agrava cuando tengo problemas en el trabajo. Para colmo, compré zapatos nuevos, y me aprietan. Pero lo que más me hace sufrir es la ausencia de mi esposa, y la pérdida de mi mejor amigo". La muchachita de la sección de fotografía ya no se pudo contener. Le dice al señor del traje gris: "Siento mucho sus desgracias, señor. Pero ¿por qué me cuenta a mí todo eso?". Contesta el señor del traje gris: "Ahí hay un letrero que dice: 'Revele su rollo'"... Parece que la propaganda política ya no podría alcanzar en México mayor bajeza, pero en cada campaña los partidos -todos- se dan maña para alcanzar niveles de indignidad aún más pedestres. Causa grima ver y escuchar las mutuas acusaciones que se hacen; la suciedad que exponen; las denuncias escandalosas que unos a otros se enderezan. Ser mexicano es un orgullo; pero en estos días electoreros la política mexicana es motivo de vergüenza. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado... En el bar una mujer le dijo al cantinero: "Mi matrimonio terminó porque mi esposo y yo teníamos los mismos gustos". "¿Cómo es eso?" -se extraña el barman. "Sí -confirma la mujer-. A los dos nos gustaban los hombres"... ¿En qué se diferencia ir a pescar de hacer el sexo? Si vas a pescar, y pescas algo, eso es muy bueno. Si haces el amor, y pescas algo, eso es muy malo... San Pedro llamó a cinco grandes jazzistas: Satchmo, Ellington, Getz, Teagarden y Krupa, y les dijo: "Pueden entrar en el Cielo, formar ahí un quinteto y tocar jazz toda la eternidad". "Cool, cat, cool!" -exclamaron todos al mismo tiempo, llenos de júbilo. "Hay una condición" -añade el portero celestial. Preguntan ellos: "¿Cuál?". Contesta San Pedro, ruboroso: "Tengo una amiguita que le gusta cantar"... FIN.

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