Doña Panoplia, señora de la alta sociedad, merendaba en su casa con amigas. Les hizo una confidencia: “Mi marido acaba de hacerse la vasectomía”. La linda criadita que servía el té comenta con una gran sonrisa: “¡Éjele! ¡Eso dice la siñora pa’ que yo me confíe!”... Don Algón le informa a su empleado: “Fecundino: me veo en la penosa necesidad de despedirlo”. “¡Por favor, jefe! -implora el infeliz-. ¡Tengo 14 hijos!”. “Ése es precisamente su problema -replica don Algón-. ¡En la casa agota usted todas sus fuerzas, y rinde más allá que aquí!’... La esposa de Astatrasio Garrajarra le reclama con aspérrimo tono: “Te emborrachaste ayer”. “¿Cómo lo sabes?” -inquiere el temulento. Contesta la señora: “Las vecinas me contaron que te vieron salir de la cantina”. “¡Uh! -objeta Garrajarra-. ¡Si un día te vienen a contar que me vieron salir del cementerio vas a decir que me morí!”... El lugareño jamás había salido de su pueblo. Cierto día tuvo necesidad de ir a la ciudad. “Ten cuidado -le aconsejaron todos-. Ahí hay muchos rateros. Si te descuidas son capaces de robarte los calcetines sin quitarte los zapatos”. Llegó pues el pobre pueblerino muy asustado a la gran urbe. Había tomado todas las precauciones posibles: parte de su dinero la metió en el forro del cinturón; otra la metió en “el paño”, o sea el pañuelo, al que hizo mil dobleces y cosió luego en el bolsillo del pantalón; la correa del reloj se la pegó a la muñeca con tela adhesiva. Así, se alegró mucho al ver que sus precauciones daban resultado: en las primeras horas de su estancia nada le robaron. Ya más tranquilo pasó frente a una sastrería y decidió mandarse hacerse un traje. El sastre empezó a tomarle las medidas, que iba dictando a su ayudante. “Cuello, 17... Brazo, 52... Cintura, 40...”. Se aplicó luego el sastre a tomar las medidas para el pantalón. Puso el extremo de la cinta en la entrepierna de su cliente y dijo la medida: “Ciento uno”. “¿Nada más uno siente? -exclama el lugareño, desolado-. ¡Ya sabía yo que algo me iban a robar!”... Todos estos días los he pasado sin orientar a la República. En medio de las fiestas ni yo tenía humor para dar orientaciones ni la República para seguirlas. Pero hemos vuelto a la normalidad -la normalidad es ahora la anormalidad-, y debo seguir cumpliendo sin descanso la modesta función que me he fijado, de dar con mis consejos rumbo a la vida nacional sin esperar por ello recompensa alguna. Digo entonces que si en mis manos estuviera determinar la agenda del Gobierno, mi principal preocupación para este año y los siguientes sería intensificar la lucha contra la pobreza. La administración calderonista parece haber escogido como prioridad combatir a la delincuencia organizada. Quizás esa decisión se haya debido a las presiones de nuestro poderoso vecino de allende el Bravo, pero no cabe duda de que en la pobreza está una de las raíces de la inseguridad, y a lo mejor todavía es tiempo de poner como principal preocupación del régimen la ayuda a los mexicanos pobres. Si no vamos hacia ellos, ellos vendrán contra nosotros. Si el País no los levanta, ellos se levantarán contra el País. Más vale prevenir que lamentar. O, dicho de otro modo: más vale la prevenida que lamentada... Ki Ichpam, princesa maya, se fue con su novio Xib Tel atrás de la pirámide. De regreso a su casa la muchacha llegó al templo y le preguntó al sacerdote encargado de los ritos: “¿Aquí es donde designan a las vírgenes que arrojarán al cenote?”. “Sí, aquí es” -responde el dignatario. Y le pide con una gran sonrisa Ki Ichpam: “Pues bórreme de la lista. Yo ya no soy arrojable”... La lección de gramática trataba de los tiempos del verbo. El maestro les pide a los niños: “Díganme en qué tiempo está el verbo en la siguiente frase: ‘Esto no debió haber sucedido’”. Responde sin vacilar Pepito: “¡En preservativo imperfecto, profe!”... FIN.
