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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

La esposa de Babalucas le dice al tonto roque: “Le hablé por teléfono a nuestra hija, y estaba en la cama con amigdalitis”. “¡Santo Cielo! -se desespera el badulaque-. ¡Ahora con un griego!”... El director de cine le daba instrucciones al popular actor. “En la siguiente escena -le dice- la dueña de la casa te ofrece un whisky, y tú lo rechazas”. “¿Rechazo un whisky? -se alarma el actor-. Para esa escena tendrá usted que llamar a mi doble”... Dulcilí, muchacha ingenua, le cuenta muy orgullosa a su mamá: “¿Recuerdas, mami, que me dijiste que no dejara que mi novio se me trepara encima, porque me iba a embarazar?”. “Sí, hijita -se inquieta la señora-. Lo recuerdo”. Y dice con acento de triunfo Dulcilí. “¡Pues yo me le trepé encima a él, y lo embaracé!”... El mundo espera que Barack Obama haga milagros; que de la noche a la mañana enmiende todos los errores cometidos por su antecesor, y que ponga a los Estados Unidos en un nuevo camino de paz y de justicia. Eso es demasiado esperar. El aparato gubernamental y bélico del país del norte es enorme, y pesa mucho. La mejor ayuda que los conciudadanos de Obama pueden darle es no esperar demasiado de él. Con frecuencia la desilusión aguarda al final del camino a los que esperan mucho. Por lo que hace a nosotros, mexicanos, nada nuevo debemos esperar de esta nueva administración. Camelot está muy lejos, y será muy difícil que sus moradores vuelvan los ojos hacia el sur. Imposible esperar, por ejemplo, una política migratoria distinta a la que hoy rige, o que se detenga la construcción del infame muro fronterizo. No espere demasiado el mundo -¿oíste, mundo?- de esta nueva presidencia norteamericana. Y nosotros, los mexicanos, no esperemos nada... Tres individuos se confiaban recíprocamente sus desdichas conyugales. Dice el primero: “Sospecho que mi mujer me está engañando con un mecánico. Abajo de la cama encontré unas pinzas”. “Pues yo -dice el segundo- creo que mi esposa me es infiel con un carpintero. Abajo de la cama hallé un serrucho”. Dice el tercero: “Yo estoy seguro de que mi mujer me engaña con un caballo”. “¿Con un caballo?” -repiten los otros sin entender. “Sí -responde el marido-. Abajo de la cama hallé a un charro”... Empédocles Etílez, ebrio consuetudinario, estaba bebiendo en la cantina. De pronto cayó al suelo al tiempo que lanzaba un grito y se apretaba la barriga con gestos de dolor. El cantinero pregunta a la clientela: “¿Hay aquí un médico?”. “Yo soy médico” -dijo uno de los parroquianos. Y fue a auscultar al temulento. Después de examinarlo dice: “No encuentro la causa del problema. Ha de ser por la bebida”. Desde el suelo pide Empédocles con tartajosa voz: “Traigan entonces un facultativo sobrio”... En la fiesta un individuo le propone a Chichina Tetonier, muchacha dueña de abundante busto. “Te apuesto 10 pesos a que puedo acariciarte las bubis sin tocarte la ropa”. La muchacha vestía suéter, blusa, fondo y brassiére, de modo que juzgó imposible que el tipo pudiera hacer lo que decía. Aunque la cantidad apostada era pequeña, Chichina pensó que bien valía la pena darle una lección al majadero. Le dijo: “Va la apuesta”. El sujeto entonces se acomodó muy bien; puso una mano en cada una de las atractivas redondeces pectorales de Chichina y se aplicó a sobarlas cumplidamente con delectación. Ella desconcertada, le dice: “Me acariciaste las bubis, pero tocaste mi ropa”. “¡Chin! -exclama el sobón con fingida pesadumbre-. Tienes razón. Aquí están los 10 pesos”... (¡Caón aprovechado! ¡Le salió a 5 pesos cada bubi!)... FIN.

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