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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Según los especialistas en sexualidad (Kinsey, Westheimer, Wallace, Masters y Johnson et al.) el acto erótico dura en promedio 7 minutos. (En Saltillo, donde una sesión coital suele durar por lo común 7 horas, eso sería considerado eyaculación prematura, cuando no un preocupante caso de coitus interruptus). Pero ¿qué debe hacer el varón cuya parte viril se ha inflamado a consecuencia de un encuentro sexual que se prolongó mucho? La respuesta a esa pregunta está en el cuento llamado “Ahora caigo”, que viene al final de esta columnejilla. Doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, leyó el tal chascarrillo al regresar de sus vacaciones de fin de año, y sufrió un severo ataque de esclerodactilia: se le endurecieron los dedos de los pies (particularmente el gordo de ambas extremidades), y tuvo que recluirse en sus habitaciones, imposibilitada como estaba para caminar. Es fecha que todavía anda pavorida. El cuento que digo es desaconsejable; las personas con pudicia harían bien en apartar los ojos de él... Doña Panoplia, dama de la alta sociedad, iba a salir de viaje con su esposo. Cuando llegó el taxi que los llevaría al aeropuerto doña Panoplia se percató de que la enorme perra que tenían, una danesa, se había metido en la casa, siendo que tenía su perrera en el jardín. Le pidió a su marido que fuera a sacarla, y a fin de que el taxista no se diera cuenta de que la casa se iba a quedar sola le dijo: “El señor no tarda. Fue solamente a despedirse de mi mamá”. Poco después volvió el esposo. Al subir al taxi le dijo a doña Panoplia: “La maldita bestia se escondió abajo de la cama. Tuve que picarle el fundillo con un paraguas para hacerla salir”... El gobierno de Calderón no mostró mucha generosidad cuando promovió la congelación del precio de la gasolina. Ese acto de enfriamiento se cumplió cuando el combustible había alcanzado su precio más alto. Habría sido mejor que la congelación se hubiese hecho en el momento en que la gasolina costaba menos aquí que en Estados Unidos. Ahora que la compramos cara y mala es cuando su precio se congela. Me puse a buscar algún producto o servicio de los que tenemos que comprarle al Estado a fortiori, o sea a la fuerza (en náhuatl “ahuehuete”), para promover su congelación, pero encontré que ninguno de ellos es barato. Lo único que no vale mucho en México es la vida. Y ni modo de congelarla... Viene ahora el tremebundo relato que anuncié ut supra: “Ahora caigo”. Las personas con escrúpulos no deben leer esto... Pitorro y Dulcilí, recién casados, volvieron de su luna de miel. Habían gozado plenamente los meneos del himeneo, pero la primera noche en su “nidito de amor”, si me es permitida una expresión que algunos atribuyen a doña Rosario Sansores, y otros a Corín Tellado, la primera noche en su casa, digo, se entregaron con tal pasión, y durante tanto tiempo, a los deliquios del connubio, que al día siguiente el muchacho amaneció con su atributo varonil inflamado y dolorido. Impia sub dulci melle venena latent, dijo Ovidio. (Amores, 1, 8, 104). “Bajo la dulce miel se esconden crueles tósigos”. Preocupado, llamó por teléfono a un cierto amigo suyo, urólogo de profesión, y éste le aconsejó que sumergiera la dicha parte en leche, a reserva de examinarlo luego en su consultorio para prescribirle algún emoliente o antiinflamatorio. Fue, pues, el muchacho a la cocina, llenó con leche un vaso y puso en él la supradicha parte. En eso estaba cuando inopinadamente llegó su flamante mujercita. Vio aquello y exclamó muy sorprendida: “¡Caramba! ¡Hasta ahora sé cómo rellenan eso!”... FIN.

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