Don Geroncio fue admitido en el Club de Veteranos. El presidente le dio a conocer las reglas. “Aquí no hablamos de política -le dijo-, porque no queremos discusiones. Tampoco hablamos de religión, pues nuestros socios profesan credos diferentes. Y tampoco hablamos de sexo porque...”. “¿Porque es impropio?” -lo interrumpe don Geroncio. “No -responde con tristeza el presidente- Porque ya no nos acordamos”... Don Languidio, otro provecto señor, era funcionario de alto nivel en una empresa. Llegó a trabajar en ella una nueva ejecutiva, mujer de grandes ambiciones, y alguien le dijo que si entraba en relación con el otoñal caballero podría ascender rápidamente en el escalafón. Ella no tenía principios, pero sí tenía fines, de modo que de inmediato se puso en campaña, y no tardó mucho en meter en su red al carcamal. (Toda mujer sabe que el hombre es el pez más fácil de pescar). Una tarde, al salir del trabajo, fueron los dos a tomar un par de copas, y luego se dirigieron a cierto discreto motelito que por ahí cerca se encontraba. Don Languidio iba nervioso: temía no poder ponerse a la altura de las circunstancias. Pero ella, diestra y sabidora, lo ayudó a izar el pendón de combate, y aunque con ímprobos trabajos el senescente galán consiguió dar trámite por fin a la voluptuosa lid. Acabado el trance quedó exhausto don Languidio, exánime, feble, desmadejado y laso. Apenas tuvo fuerzas para vestirse y emprender el camino de regreso. Cuando dejó en su casa a la aviesa mujer ella le preguntó con el afán de continuar la relación: “¿Entonces qué, mi amor? ¿Nos vemos mañana otra vez?”. “¡Mañana! -se asusta don Languidio-. No, preciosa. ¡Espera unos tres meses, a ver qué te puedo juntar!”... El año de 1937 Frank Capra produjo y dirigió una de sus películas mejores: “Lost Horizon”. Basado en la novela de James Hilton, el film trata de Shangri-La, una ciudad perdida en las montañas del Tibet donde reinan la paz y la concordia, y donde en una perenne juventud los habitantes de ese paraíso gozan de un permanente buen clima y una absoluta felicidad. Ahí no se conocían cosas como el odio, la envidia y la ambición, y por tanto no había crímenes ni guerras. Un mes y medio nada más tardó Hilton en escribir su libro, pero dos años empleó el perfeccionista Capra en acabar su film. Se necesitaron varios meses y cientos de trabajadores para construir los edificios de aquella mítica ciudad, en una arquitectura con influencias del Art Deco y Frank Lloyd Wright. La película fue un éxito, y la palabra “Shangri-La” pasó a formar parte del lenguaje popular. Hasta hoy la usamos como sinónimo de utopía. No existe, por desgracia, Shangri-La. Ningún paraíso hay en la Tierra; las utopías son todas imposibles. Pero si no podemos vivir en un edén sí podemos hacer que nuestra pequeña circunstancia sea mejor. Por encima de las crisis económicas, de la maldad que nos acosa, de las calamidades de todo orden que ahora nos agobian, podemos buscar en nosotros mismos, y en aquéllos que comparten nuestra vida, esa fortaleza y esa esperanza que ayudan a seguir adelante, y que nos permiten enfrentar con serenidad, y aun con alegría a las dificultades de la vida. No todo está mal entre nosotros. Tenemos muchas cosas buenas. Hagamos de cada día una ocasión de bien. Así podremos resistir el mal. No viviremos en un Shangri-La, pero viviremos mejor. Y a fin de cuentas eso es lo único que cuenta... Afrodisio Pitoncio, galán concupiscente, logró al fin que Dulcilí, muchacha ingenua, le hiciera dación de la preciosa gala de su doncellez. Se sorprendió, sin embargo, al ver que en el curso de las eróticas acciones la cándida muchacha no dejaba de hablar. Mientras Pitoncio ponía toda su vehemencia en “the old in and out” que dijo Burgess, Dulcilí le narraba los nimios detalles de su vida diaria, le comentaba el último capítulo de la telenovela que veía, y hasta le daba a conocer el pronóstico del tiempo para la próxima semana. Notó Pitoncio, preocupado, que la palabrería de la muchacha estaba haciendo que se le bajara la concentración, de modo que le preguntó, impaciente: “¿Por qué hablas tanto mientras hacemos esto?”. Y contestó Dulcilí: “Es que he oído decir que a los hombres les gusta el sexo oral”... FIN.