Un amigo de Babalucas le pregunta, extrañado: “¿Y ese traje? ¿Y ese sombrero? ¿Y esa pipa? Tú no sueles usar traje ni sombrero, y nunca has fumado”. Responde el tontiloco: “Son un regalo sorpresa de mi esposa -contesta Babalucas-. Llegué de un viaje cierta madrugada, y encontré todo eso en una silla al lado de la cama”... Cuesta abajo y de rodada. La letra del viejo tango describe cabalmente el curso que ha tomado el movimiento de López Obrador. Si se me permitiera usar un símil organicista yo diría que la democracia se comporta a la manera de un organismo vivo que rechaza los cuerpos extraños que lo amenazan. AMLO, ninguna duda cabe, es un político ajeno a las prácticas democráticas. El diálogo, la tolerancia, la capacidad para lograr acuerdos, el pluralismo, la racionalidad, elementos todos indispensables al ejercicio democrático, son para él inútiles zarandajas que sólo sirven de estorbo a su ambición. El resultado de su empecinamiento es el creciente descrédito de su persona y su campaña. Ciertamente políticos como él, con restos de caudillismo autoritario y populista, tienen siempre campo de acción en los países que no han logrado la justicia, y donde la ignorancia y la pobreza son propicios a la acción de demagogos. Esperemos, sin embargo, que estos tiempos difíciles no sirvan para que López Obrador haga un segundo intento por mandar otra vez al diablo las instituciones y ponerse él mismo en su lugar... El empresario de pompas fúnebres de un pequeño pueblo envió a su hijo a la Capital. Quería que aprendiera todo lo relativo al ramo practicando en la reconocida funeraria de don Necróforo, el sepulturero de mayor fama y tradición en esa parte del país. Seis meses permaneció el muchacho como aprendiz del célebre maestro. Al terminar el pupilaje regresó a su casa. “¿Qué? -le pregunta su papá-. ¿Aprendiste mucho con mi amigo don Necróforo?”. “Bastante -responde el estudiante-. El maestro tiene mucha categoría. Todo lo hace con categoría, con clase”. “Ponme un ejemplo” -pide el padre. “Bueno -empieza a relatar el muchacho-. El primer día que estuve en la funeraria se recibió una llamada del Hotel Ele, el de más categoría en la ciudad. El gerente le dijo a don Necróforo que un hombre y una mujer habían muerto en su habitación, y le pidió que se hiciera cargo de los cuerpos”. “¡Qué compromiso! -exclama el papá del muchacho-. Y ¿qué hizo el maestro?”. “Vistió un frac -relata el chico-; tomó su fino bastón con puño de oro, y me hizo que lo llevara en la limusina de la funeraria hasta el hotel. Cuando llegamos le pidió al gerente la llave maestra de los cuartos. Entramos en la habitación de la pareja. Efectivamente: ahí estaban el hombre y la mujer, tendidos en la cama, de espaldas y desnudos”. “¡Qué compromiso! -vuelve a exclamar el papá, cuyo catálogo de exclamaciones era más bien corto-. Y ¿qué sucedió?”. “No lo vas a creer -responde el chico-. El hombre que ahí yacía mostraba una erección bien visible. En esas circunstancias era imposible sacarlo de la habitación, pues aun envuelto en la sábana aquel levantamiento se habría notado”. “¡Qué compromiso! -volvió a decir el señor-. Y ante esa delicada situación ¿qué hizo mi amigo don Necróforo?”. “No perdió la calma -contesta el joven aprendiz-. Tomó su fino bastón con puño de oro y le dio un gran golpe al cuerpo en esa parte, para bajarle la tumefacción”. “¡Qué compromiso! -se maravilló el padre-. Digo ¡qué presencia de ánimo! Y ¿luego?”. Dice el muchacho: “Luego se hizo un follón de todos los demonios. ¡Nos habíamos equivocado de cuarto!”... FIN.