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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Doña Facilisa se fue a confesar. “Padre -le dice al sacerdote-. Todas las noches, entre sueños, siento que soy poseída por alguien que agota en mí el torrente de su lubricidad. Como estoy medio dormida no alcanzo nunca a ver si el voluptuoso ser es mi marido, o uno de esos íncubos diabólicos de que nos habla usted, que nos asaltan con sensuales embestidas de carnalidad”. “Hija mía -responde el confesor-. Quien de ese modo te posee puede ser tu esposo, valido de los derechos que le confieren el Código Civil y el sacramento que a sí mismos se imparten los esposos. Sin embargo esa criatura podría ser también, como has pensado, un engendro demoníaco, un íncubo salaz y voluptuoso en el cual se manifiestan y conocen los bestiales impulsos de Lucifer, Belial, Luzbel, Satanás o Belcebú”. Pregunta con inquietud doña Facilisa: “Y ¿cómo puedo saber, padre, si quien me posee es mi marido o ese íncubo satánico?”. Sugiere el sacerdote tras ponderar el caso: “Si lo apurado del trance y sus agitaciones te dan lugar a ello, palpa la testa del lascivo, a ver si tiene cuernos”. “¡Uh, padre! -replica doña Facilisa-. ¡Con eso no voy a salir de dudas!”... Muchas veces me he preguntado si la vida de quienes forman la generación actual es más difícil o más fácil que la de sus abuelos o sus padres. La respuesta más obvia -y más ecléctica- sería la que dijera que en unos aspectos la vida de hoy es más sencilla que la de antes, y en otros más complicada. Una cosa es indudable: las relaciones familiares han cambiado. La mujer, que en los pasados tiempos se dedicaba de tiempo completo al cuidado del hogar y a la crianza de los hijos, ahora, como regla general, trabaja fuera de su casa, y esa manifestación de la llamada liberación femenina ha introducido transformaciones importantes en la familia y en la sociedad. Ignoro si tales cambios hayan sido para bien o para mal -eso lo podrá decir algún historiador que dentro de un siglo o dos estudie nuestro tiempo-, pero sí puedo decir que esas transformaciones eran inevitables. Igual que muchas instituciones sociales, el matrimonio y la familia han entrado en crisis. Ni siquiera los países de fuerte tradición católica -el nuestro, entre ellos-, tradicionalistas y conservadores, pueden mantenerse ajenos al influjo de las naciones industrializadas. En nuestro caso, lo que ayer escandalizaba -el divorcio, por ejemplo- es hoy visto con naturalidad. De la misma manera, lo que hoy es motivo de inquietud será mañana parte de la vida cotidiana. El río de Heráclito nos moja a todos, si me es permitida una nota culterana. Pongamos en todas las cosas amor y buena voluntad, y ya veremos que todos los cambios, por extremados que puedan parecer, serán para bien... Babalucas fue llevado al hospital con la cabeza llena de golpes. “¿Qué le pasó, señor? -le pregunta una enfermera-. Responde Babalucas: “Mire usted. Hace 30 años, cuando tenía yo 20, se me descompuso el coche en que viajaba. Era de noche y busqué asilo en la casa de un granjero que me ofreció una habitación. Apenas me estaba yo acostando -la casa ya en silencio- cuando llegó la hija del granjero, una muchacha preciosa que iba cubierta sólo por transparente negligé. Me preguntó si quería yo algo. Le dije que no. Regresó una hora después, se me sentó en la cama y me volvió a preguntar si de veras no quería yo nada. Le repetí que no. Poco después llegó de nuevo, se acostó a mi lado y me preguntó otra vez si realmente estaba seguro de que no quería yo nada. Volví a decirle que no. Ella se fue, molesta, y ya no regresó. Todos estos años me había estado preguntando a mí mismo qué es lo que la chica pensaba que podía yo querer. Había cenado bien, tenía una buena cama, estaba cómodo... ¿Qué más podía yo desear? Pues bien: hace una hora estaba en mi casa y de pronto se me vino a la mente la respuesta. Fue entonces cuando me di los cabezazos contra la pared”... FIN.

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