Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, se confiaban sus respectivos sueños. “Yo -dice Himenia-, me conformaría con una sola noche de amor”. “¿Una nada más?” -se extraña Celiberia. “A estas alturas sí -suspira Himenia-. Pero la voy a pedir en Alaska. Ahí las noches duran seis meses”... Llega un veterinario a la granja de don Poseidón, labrador acomodado pero sin ningún gravamen de cultura, y le dice: “Me especializo en inseminar vacas”. “¿Qué es eso de inseminar?” -pregunta, receloso, el vejancón. “Hacer que queden preñadas” -explica el veterinario. “Ah, ya entiendo -dice don Poseidón-. Sígame, por favor”. Lo lleva al establo y le indica: “Ahí está la vaca. En ese clavo puede colgar su ropa”... Aquella joven aeromoza se había especializado en pilotos de jet. Hasta tenía luces de aterrizaje en el estómago... Uno de los mayores problemas de México es el de la educación. Así como casi todos los problemas del campo son solubles en agua, la mayor parte de los problemas sociales encuentran solución cuando una sociedad ha recibido los dones que de la educación derivan. En nuestro país la escuela ha llegado a todas partes, pero la educación no. Quiero decir que la educación que en las aulas se imparte no es muchas veces de calidad, en virtud de la deficiente preparación de los maestros, o de las lacras que afectan desde hace muchos años al sistema educativo mexicano, y que nadie ha sido capaz de remediar. El sindicalismo magisterial, si bien ha logrado conquistas importantes para los maestros, no ha ayudado mucho a mejorar el nivel de educación. Casi siempre los intereses gremiales se han puesto por encima del interés de los educandos, y aun del país mismo. La política suele ser preocupación fundamental; la calidad educativa tiene lugar muy secundario. En ese contexto los niños mexicanos podrían muy bien repetir la frase de Mark Twain: “De niño yo aprendí muchas cosas. Desgraciadamente luego entré a la escuela”... Aquella señora le puso un apodo a su marido. Le decía “El menudo blanco”. Explicaba: “Es pura panza, y nada de picante”... En el curso de la comida, Capronio, ruin sujeto, se inclinaba a cada rato en la mesa y besaba la mano de su esposa. Al terminar el ágape la anfitriona felicita a la señora. Le dice: “¡Qué marido tan amoroso tienes, Martiriana! Me emocioné al ver cómo a cada momento te besaba la mano en la comida”. Explica humildemente la pobre mujer: “Es que no le pusieron servilleta”... Los recién casados llegaron al hotel donde pasarían su noche de bodas, y ocuparon su habitación. Ella se dispuso a desvestirse. El novio, tomando en sus manos uno de los zapatos que se quitó su flamante mujercita, le dice cariñoso: “¿Cómo es posible, Rosilí, que tu pie pueda caber en un zapatito tan pequeño?”. “Y eso no es nada -responde ella, orgullosa-. Espera a que me quite la faja”... Bustolina Grandchichier, vedette de moda, llegó al teatro luciendo un espléndido collar de perlas. “¿Y ese collar? -le pregunta con admiración -y envidia- una de sus compañeras. ¿Cuánto te costó?”. “Nada -contesta Bustolina-. Me lo mostró el joyero y me dijo que me quedara con él”. “¿De veras?” -se asombra la otra. “Tal como lo oyes -confirma Bustolina-. Y me quedé con él. Por eso me regaló el collar”... Le dice un tipo a otro: “El busto de mi esposa me sirve de reloj”. “No entiendo” -responde con extrañeza el otro. “Sí -confirma el tipo-. Llego a mi casa en la madrugada; me acuesto; le agarro el busto a mi señora, y ella me dice: ‘¡No manches! ¡Son las 3 de la mañana!’”... FIN.