Babalucas, según se sabe, es el hombre más tonto del condado. Cierto día fue a una demostración de karate. Le dijo el karateca: “Trate usted de picarme los ojos con sus dedos índice y cordial”. Babalucas hizo el intento, pero con rápido movimiento el experto se llevó a los ojos, puesta de filo, la mano abierta, con lo que detuvo el ataque, al tiempo que gritaba un sonoroso “¡Ahhh!”. Le dice luego a Babalucas: “¿Ya vio usted? En eso consiste en buena medida el arte karate: en parar así los golpes del enemigo”. Muy satisfecho por haber adquirido aquel conocimiento Babalucas llegó a su casa y le informó a su esposa: “Acabo de aprender karate”. “¿Qué es eso? -pregunta la señora. Le dice Babalucas: “Te haré una demostración. Trata de darme una patada en los éstos”. La señora, feliz ante aquella valiosa oportunidad de cobrar venganza por los muchos agravios que le había hecho su marido, tomó impulso, y con todas sus fuerzas dirigió una feroz patada a la entrepierna de su esposo. Babalucas lanzó el grito clásico del karateca: “¡Ahhhh!”, y con rápido movimiento se llevó a los ojos, puesta de filo, la mano abierta... Don Longevio, señor de edad madura, solicitó la compañía de una muchacha que ofrecía amor efímero. “Con todo gusto, señor -responde ella-. Únicamente debo aclararle algo. Siempre cobro por servicio. En el caso de usted voy a cobrar por tiempo”... Juvenal, el mayor de los escritores satíricos latinos, es autor de la conocida frase “Pan y circo”. En su Octava Sátira escribió aquello de: “Panem et circenses”. Con esa expresión lamentaba la pérdida de las virtudes de los antiguos ciudadanos, cuyo modo de vivir era sobrio y austero, en tanto que los romanos de su tiempo lo pasaban en el ocio y la molicie, satisfechos con comer y divertirse. Quienes hacen el estudio de las sociedades saben algo que podría expresarse con la letra de una canción antigua: “La historia vuelve a repetirse”. En nuestro tiempo algunos gobernantes tienen como una de sus principales ocupaciones dar al pueblo entretenimientos que lo seducen y le dan una falsa sensación de bienestar. Desde luego no estoy hablando de las pistas de hielo para patinar, ni de las costosas diversiones de fin de año en el Distrito Federal. Estoy hablando de Juvenal, el mayor de los escritores satíricos latinos... El nuevo pastor de una iglesia evangélica, extranjero él, llegó a un pequeño pueblo, y en su primera salida a la calle vio una fondita con un letrero que decía: “Carne al pastor”. “¡Oh! -se alegró en su interior-. ¡Qué amable ofrecimiento! ¡Qué hospitalaria recepción!”. Poco después pasó por otro restorán. Ahí decía un cartel: “Agujas al carbón”. El reverendo conocía el amplísimo catálogo de maldiciones mexicanas, pero no leyó bien, y se dijo con tristeza: “Aquí son de otra opinión!”... La señora leía un libro de esoterismo. Le pregunta a su marido: “Dime, Bardomiano. ¿Crees en la reencarnación”. “Claro que sí -responde él-. Yo anteriormente fui un burro. “¿Un burro? -se asombra la señora-. ¿Cuándo?”. Responde con acritud el tipo: “Cuando me casé contigo”... Cierta muchacha tuvo un novio al que quiso mucho, tanto que se hizo tatuar en una bubis su retrato. Pasaron los meses; la chica rompió con él y se enamoró de otro galán cuyo retrato hizo tatuar en su otra bubis (porque tenía dos). También con ese hombre se disgustó después. Por fin tuvo un pretendiente que se casó con ella. La noche de bodas la muchacha le dice a su flamante marido: “Tengo algo que confesarte”. Se descubrió el busto, y le mostró el doble retrato. Luego le contó la historia de sus antiguos novios, y le dijo: “Espero que esto no te moleste”. Respondió el novio: “Sinceramente ahora me disgusta mucho verlos ahí. Pero dentro de algunos años me consolaré viéndolos con caras largas y caídas”... FIN.
