Cierto individuo se inscribió en un club nudista. El primer día pasó grandes apuros, pues la visión de las hermosas chicas al natural le provocó un efecto muy visible. A fin de ocultar el dicho efecto se puso delante de la entrepierna un periódico. Pasó por ahí una pareja de viejitos. Al ver al individuo le comenta la ancianita al viejecito, llena de admiración: “¡Mira! ¡La tuya nunca aprendió a leer!”... Le dice un cazador a otro: “Mi perro es muy inteligente, y te lo voy a demostrar. En vez de salir nosotros del campamento, lo enviaré al estanque para que nos diga cuántos patos hay”. Sale corriendo el perro, regresa al poco tiempo y ladra tres veces. “Eso quiere decir que hay solamente tres patos -dice el dueño del animalito-. No tiene caso que nos movamos de aquí”. El perro sale nuevamente, y poco después llega otra vez al campamento. Traía con él, estirándola por el hábito, a una asustada monjita. “Vamos al estanque -dice el cazador tomado su escopeta-. Parece que ahora hay de a madre patos”... “Señor -le suplica un limosnero al elegante señor que salía del banco-. ¿Me da 500 pesos para tomarme una copa?”. “¡Oiga! -se indigna el caballero-. ¡Una copa no cuesta 500 pesos!”. “Ya sé que no -reconoce con humildad el limosnero-. Pero nomás me tomo una yme dan ganas de ir con las muchachas”... El galán fue a pedir a su novia en matrimonio, y su petición fue concedida. Se sirvió la cena, preparada por la chica. El novio, feliz, le dice: “¡Esto es lo primero que pruebo hecho por tu mano!”. Responde ella: “¡Mentirosillo!”... A febrero se le llamaba antes “el mes del casero”, pues por su brevedad llegaba pronto el fatal día de pagar la renta. Este segundo mes del año ha sido descrito siempre como voluble y tornadizo. Dice un refrán antiguo: “Febrero y las mujeres, en un día mil pareceres”. Amíme gusta este mes por dos razones: una perteneciente al cielo; otra a la tierra. Me gusta febrero porque en febrero siempre hace aire. Es entonces cuando en el Potrero de Ábrego -ábrego es también nombre de viento- echamos a volar las cometas o papalotes, que así llamamos en el rancho a esos que en otras partes se llaman barriletes, palomas, papelotes, birlochas, volantines o milochas. Los gocé cuando niño, en épicas batallas o haciendo subir raudos mensajes por el hilo; los gozo también ahora, cuando veo a mis nietos elevarlos por los invisibles caminos del aire. También me gusta febrero -razón terrenal- porque es el mes en que plantamos nuevos árboles, y hacemos los injertos. En el cielo la frágil armazón hecha de carrizo y papel de China pegado con engrudo. En la tierra la frágil promesa de los arbolitos recién plantados, o del injerto que hicimos con el mismo cuidado con que el orfebre pule su obra. Quiero decir con esto que la vida sigue por encima de todas las recesiones y las crisis. Si tenemos los pies bien puestos en la tierra, como el sembrador, y si buscamos las alturas como hacen los niños que elevan sus cometas, no habrá crisis que pueda quitarnos lo que verdaderamente vale... Don Cornulio llegó a su casa y encontró llorando a su hijo más pequeño. “¡Veco! ¡Veco!” -decía el chamaquito al tiempo que señalaba lleno de miedo el clóset. Lo abre don Cornulio, y ahí estaba su compadre Pitoncio. “Caray, compadre -le dice don Cornulio muy mortificado-. ¿No tiene nada mejor qué hacer que quitarse la ropa y esconderse en el clóset para asustar al niño?”... Contrita y gemebunda, Dulcilí le dice a su mamá: “¿Recuerdas que te dije que Pitoncio era un pan?”. “Sí me acuerdo” -responde la señora. Estalla en sollozos Dulcilí. “¡Pues ya me engordó!”... FIN.